lunes, 7 de noviembre de 2016

Velazquez pintor de pintores / OTRA VUELTA SOBRE VELÁZQUEZ

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  1. Velázquez, retratista del siglo XXI

    La querencia de Velázquez por la veracidad y su rico aunque abrupto realismo psicológico le diferenciaron de otros retratistas de su tiempo, más apreciados por los gustos burgueses de la época. Las escuelas pictóricas del norte de Europa, por ejemplo, respondían a este gusto burgués y sus retratos eran un embellecimiento e idealización del personaje pintado. A fin de cuentas, quienes encargaban los cuadros pagaban por ver una versión mejorada de sí mismos.

    El bufon Calabacillas
    Retrato del bufón Calabacillas
    El propio Rembrandt era un buen ejemplo de ello: sus retratos son similares a los que produciría hoy una sesión fotográfica profesional. Poses estilizadas, expresiones amables que variaban según lo requerido por el personaje pero que solían carecer de gravedad y optaban por un contexto sereno. Pero si Velázquez confería algo a sus cuadros, era precisamente gravedad. Eso le alejaba de las preferencias burguesas convencionales, pero atraía la atención de personajes dotados de una autoridad patriarcal más propia del sur de Europa. De hecho, el propio Papa Inocencio X le encargó un retrato y aunque cuentan que al verlo terminado exclamó que era “demasiado real”, quedó satisfecho con el resultado y de hecho recompensó al pintor con varios obsequios. La satisfacción del Papa provenía no sólo de la suntuosidad del cuadro, sino de la habilidad con que Velázquez le dotó de un aura autoritaria y severa que como siempre era producto de una cuidada arquitectura de la expresión y un esmerado cuidado de los rasgos faciales. El verismo caracterológico que tanto chocaba en su época y que está ciertamente relacionado con el florecer del realismo psicológico que también podemos observar en Cervantes, dan a la pintura del sevillano un carácter inesperadamente moderno. De hecho, sus cuadros han despertado gran fascinación en otros artistas: Pablo Picasso pintó alguna espectacular versión cubista de Las meninas, sin ir más lejos, y también es harto conocida la fijación de Salvador Dalí por esa misma pintura, sobre la que también hizo alguna variación, además de realizar estudios sobre algunos otros trabajos velazquianos, incluyendo el Retrato del bufón don Sebastián de Morra. Más llamativa aún resulta la obsesión del pintor anglo-irlandés Francis Bacon por el retrato de Inocencio X, del que llegó a pintar más de cuarenta versiones distintas. Los cuadros de Velázquez que han generado versiones son muchos: otro de los más influyentes es su célebre desnudo, La Venus del espejo, motivo de numerosísimos homenajes y estudios posteriores.

    Francis Bacon
    Una de las fantásticas versiones del retrato de Inocencio X pintadas por Francis Bacon
    Obviamente, la fijación de estos y otros pintores por Diego Velázquez no puede explicarse limitándonos exclusivamente a las claves psicológicas de su retrato, claves que son objeto del presente artículo, sino de todo su repertorio de virtudes técnicas y estéticas. Pero el retrato es casi omnipresente en la obra de Velázquez y muchos de los estudios, variaciones, adaptaciones e incluso perversiones que otros artistas han hecho de sus lienzos son en realidad retratos de otro retrato, en los que a veces se respeta su veracidad psicológica aunque muchas otras veces no. Esa veracidad no deja de ser el motivo principal, el que hace que se haya rescatado tan frecuentemente a Velázquez y el que hace su obra más modernizable que la de Rembrandt o Rubens. Hoy en día, Velázquez podría optar —además de a la gloria pictórica— a un premio Pullitzer: su objetividad, su composición y su preocupación por el trasfondo humano de sus cuadros (o lo que hoy llamaríamos una preocupación por la correcta labor documental, o sencillamente por el mensaje, de sus imágenes) son más propias de un periodista que de un mero compositor de efectos visuales.



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