martes, 5 de julio de 2016

Nan Goldin - La Balada de la Dependencia Sexual

2 comentarios:

  1. El Cultural
    Martes, 5 de julio de 2016 | Actualización continua
    El Cultural


    Premio PHotoEspaña 2002. Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 30 de junio

    Nan Goldin (Washington DC, 1953) empezó a tomar fotografías de sus compañeros de colegio a los 16 años, tras el suicidio de su hermana. En 1972 ingresó en la School of the Museum of Fine Arts de Boston, donde conoció al primero de sus personajes habituales, David Armstrong, fotógrafo y drag queen. En 1978 se traslada a Nueva York y comienza a trabajar en color, al tiempo que prepara La balada de la dependencia sexual, con la que se dio a conocer. Pero es en los 90, y con su retrospectiva en el Whitney Museum en 1996, cuando su trabajo alcanzó una difusión más amplia. En España, ha expuesto en la Universidad de Valencia y en la Sala Montcada de la Fundación “la Caixa” en Barcelona.


    ELENA VOZMEDIANO | 01/05/2002 | Edición impresa

    At the bar: C, Toon and So, Second Tip, Bangkok, 1992

    Con esta gran retrospectiva, que ha pasado por el Centre Pompidou en París y la Whitechapel Gallery de Londres, y que irá a la Fundación Serralves de Oporto, al Castello de Rivoli en Turín y al Castillo Ujazdowski en Varsovia, Nan Goldin recibe, tras treinta años de trabajo, el definitivo espaldarazo que la consagra como artista de prestigio internacional. PHotoEspaña le ha otorgado en esta edición (que arrancará oficialmente en junio) su gran premio y es de esperar que ésta sea una de las exposiciones con mayor éxito de público de las programadas este año. Goldin provoca unas veces entusiasmo y otras rechazo, pero no se le puede negar en ningún caso su condición de precursora de toda una tendencia en la fotografía contemporánea. Cuando a finales de los 60 comenzó a fotografiar a sus compañeros de colegio y, sobre todo, cuando ya en Nueva York, en los 70 y los 80, se sumergió en el mundo de la noche, de la droga y de los comportamientos sexuales no convencionales, estaba formulando un idea-rio y una estética que han sido adoptados después por multitud de artistas bien conocidos hoy, como Richard Billingham, Wolfgang Tillmans o nuestro García-Alix. Claro que ella misma contaba con referentes: el underground americano de los 60, sobre todo el de las películas de Andy Warhol y John Waters, o la obra fotográfica de Larry Clark, cuyo primer libro, Tulsa, apareció en 1971, fecha igualmente de los primeros trabajos de Nobuyoshi Araki, con quien colaboró en Tokio Love.

    El “realismo sucio” de Goldin tomó durante las primeras dos décadas de su carrera la forma de centenares de “instantáneas” (transparencias de 35 mm) apenas cuidadas técnicamente que componen un diario íntimo de cierta crudeza. Este tipo de obra no es desde luego fácil para el espectador, y ni siquiera para el crítico, que debe preguntarse hasta qué punto ha de concebirse como proyecto artístico. Nan Goldin, a diferencia de algunos de sus secuaces, derrocha sinceridad y valentía, y traza un complejo retablo de amor, amistad, dolor, esperanza... y con ello se salva de los serios peligros -banalidad, obscenidad sin más- que acechan a este tipo de obra. Ha fotografiado a los mismos personajes, sus amigos, durante más de veinte años, y ha dibujado con ello el retrato de una generación de inconformistas, marginales y almas rotas. El año 1988 marca un giro importante. Su dependencia de las drogas le llevó a una clínica de desintoxicación y allí se replanteó su trabajo, que resurgió más sereno, menos urgente, más luminoso y sobre todo más ambicioso artísticamente. En los últimos años abundan los contemplativos retratos individuales, las naturalezas muertas y los paisajes silenciosos, como símbolo de crisis y regeneración.

    (...)
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  2. Dudo que se pueda hacer una exposición mejor y más completa sobre Nan Goldin que la del Palacio de Velázquez. Catherine Lampert, su comisaria, ha combinado criterios cronológicos y temáticos en el montaje y que, acertadamente, ha dado prioridad a la producción de los dos últimos años, con la mitad de las numerosas obras expuestas. Su título, El patio del diablo, procede de una fotografía de 1999 de uno de sus compañeros de trayecto vital en un lugar así llamado en Death Valley, California, pero parece también sugerir un escenario metafórico (una dimensión que asoma sorpresivamente en sus últimas series) en el que se dan cita el juego y el drama, la alegría de vivir y el peso de un destino maldito. El recorrido por la muestra, que podría ser agotador, se interrumpe con dos salas oscuras: en la primera, la proyección de diapositivas acompañada de música escogida por la artista (desde ópera a punk) La balada de la dependencia sexual, obra clave en su carrera presentada por primera vez en el Mudd Club de Nueva York en 1979, que ha retomado y mejorado con Latido del corazón, acompañada de la escalofriante voz de Bjürk. Pero quizá el espacio de mayor intensidad emocional se encuentra en la sección Sida, con la serie que recuerda a dos queridos amigos fallecidos: Gilles y la actriz y escritora Cookie Mueller.
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