miércoles, 6 de enero de 2016

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1 comentario:

  1. El cinismo azota el mundo del arte en los tiempos actuales. Me remite al siglo XIX parisino y por supuesto a Baudelaire.De modo que el poder regenerativo del Arte, también en estos tiempos de Bienales, y tan movilizante por la cantidad de estímulos que reciben los espectadores, convengamos que confunden;sigue siendo importante la figura de Baudelaire.Está muy presente.
    Transcribo un artículo del el cultural que se refiere a su figura.
    El heroísmo de la vida moderna

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    No hay un único poeta, pintor o compositor que pueda atribuirse la paternidad exclusiva de la modernidad. No obstante, el candidato más plausible para dicho puesto es Charles Baudelaire, autor absolutamente indispensable en la historia de la modernidad, junto con algunos otros elegidos como Marcel Duchamp o Virginia Woolf, Igor Stravinsky u Orson Welles. Su crítica del arte original e inmensamente estimulante, sus sinceras reflexiones autobiográficas, sus influyentes traducciones de los lóbregos relatos de Edgar Allan Poe para el público francés, la vulneración de los límites aceptados en su poesía profundamente personal y, por encima de todo, esa poesía llevan el sello de un fundador. Al igual que los autores modernos que vinieron después, Baudelaire era realista, pero con una salvedad. Detestaba la entontecedora reproducción del mundo en poemas u obras pictóricas convencionales y, al mismo tiempo, como los románticos más sutiles, no soportaba la subjetividad sin límites. "¿Qué es el arte puro según la idea moderna?", se cuestionaba, y respondía a su propia pregunta retórica: "Es crear magia sugestiva, que contenga a la vez el objeto y el sujeto, el mundo externo al artista y el artista en sí".1 Las reacciones subjetivas siempre fueron de importancia primordial para Baudelaire. En su reseña del Salón de París de 1859 lo expone con sencillez: "Si un conjunto de árboles, montañas, ríos y casas, es decir, lo que llamamos un paisaje, es bello, no es bello en sí sino a través de mí, mi talante personal, a través de la idea o la sensación que le atribuyo". Una obra de arte sólo está completa cuando el consumidor, por así decirlo, coopera con ella.

    Baudelaire nació en 1821 en el seno de una familia próspera bien relacionada. La Francia de la época era muy diferente de aquella en la que, todavía en los años de juventud, había adquirido reputación de dandi, bohemio y poeta de audacia sensacional. Mucho antes de cumplir los treinta años conoció, como el resto del país, la autoridad de dos casas reales. La dinastía de los Borbones, reinstaurada tras la derrota final de Napoleón en 1815, se había afanado en reimplantar el Antiguo Régimen clerical, como si nunca hubiera existido la Revolución francesa. El proyecto fue un fracaso rotundo; en 1830, tras el descontento que dio lugar a una nueva revolución, llegó al trono Luis Felipe, un príncipe orleanista que recibió el equívoco apodo de rey "burgués", a pesar de que en su pensamiento había muy pocos rasgos de la clase media. Su programa era una aparente devoción a la política moderada. Se caracterizaba como el "Rey de los franceses" en lugar de "Rey de Francia". Abolió la censura. Garantizó la libertad de prensa. Pero la garantía duró menos de cinco años y la dinastía sólo dieciocho. Tras un nuevo cambio de régimen, la Revolución de Febrero de 1848, Francia degustó brevemente la experiencia de una Segunda República. En diciembre de aquel año, Luis Bonaparte, el astuto y traidor Sobrino de un gran Tío, se erigió en presidente. Su traición al régimen que había jurado defender no se hizo esperar. Al margen de estos acontecimientos cambiantes, Baudelaire vivió una revolución en casa. Adorado por su madre, y casi de forma exclusiva desde la muerte de su anciano padre, pronto se vio obligado a compartir su estatus con un apuesto rival, el teniente coronel Jacques Aupick, hombre respetable y civilizado que se convirtió en su padrastro cuando Charles tenía ocho años
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