martes, 6 de octubre de 2015

EDVARD MUNCH 1863-1944 / NORUEGA

Tormenta
“No creo en el arte que no se haya impuesto por la necesidad de una persona de abrir su corazón. Todo arte ha de ser engendrado con los sentimientos más profundos”. En su manifiesto de 1880, Edvard Munch describió así, con esta pasión, lo que para él era la creación artística: “Queremos ser algo más que fotógrafos de la naturaleza. No queremos pintar bonitas imágenes para ser colgadas en las paredes de las casas. Queremos establecer los fundamentos del arte, un arte con el que demos algo a la humanidad. Un arte que llame la atención y enganche. Un arte creado desde lo más profundo de nuestro corazón”. No cabe duda que lo logró. Más que ningún otro artista, Munch pintó su vida, sus sentimientos más profundos en obras como hachazos, hechas por un enfermo crónico, un bebedor sin mesura, alguien que apuntaba con el pincel como si tuviera un rifle entre los dedos. Con Munch necesitamos conocer su vida cuando vemos sus obras, como nos sucede con las de Van Gogh o Gauguin, para al despojarlas de literatura comprender la crudeza de una pintura que va mucho más lejos del sufrimiento de un artista solitario rodeado de fantasmas.
Edvard Munch reemplazó las imágenes religiosas por las humanas, pintó y repintó un buen número de óleos que agrupó en lo que llamó El Friso de la Vida: Pubertad, Celos, Vampiro, El beso, Madonna, Esfinge, Ansiedad, Melancolía, La danza de la vida, Cenizas y El Grito, “un poema de la vida, del amor y de la muerte”: Son obras en las que trabajó durante 30 años con una fuerte carga literaria, que se miran leyendo, como los dramas de Shakespeare. ¿Fue Munch un simbolista, un expresionista, un narrador de su vida? Simplemente, un artista que exploró nuevos caminos con el corazón y la mente.
En 2012, la Tate Modern sugirió en una gran muestra una nueva aproximación a la modernidad de su pintura. La que se inaugura este próximo martes en el Thyssen, el único museo español que tiene en sus colecciones obras del pintor noruego, es igualmente un ambicioso intento de mostrar la obra del pintor lejos de los arquetipos y los tópicos, porque Munch no es sólo el autor de El grito, un icono mundial, sino un artista que adelantó la modernidad. Alrededor de 80 obras -aproximadamente la mitad cedidas por el Munch Museet y el resto por colecciones privadas- que, si bien no están ordenadas cronológicamente, sí muestran el acercamiento a los contemporáneos a través de las obras del artista. “Y no sólo por sus cuadros, sino también por su grabado. Munch fue excelente y pionero en esta técnica”, dice Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura moderna del Thyssen y comisaria de Edvard Munch, Arquetipos, junto con Ove Steihaug, director de colecciones y exposiciones del Munch Museet: “He intentado presentar a Munch como un catálogo de arquetipos, de emociones del ser humano, diferentes obsesiones existenciales como amor, deseo, celos, ansiedad, enfermedad o muerte; o estados anímicos como melancolía, obsesión o sumisión”. La muestra, estructurada en nueve secciones, se articula en diferentes escenarios, la costa, la habitación de la enferma, el abismo, la habitación verde, el bosque, la noche o el estudio del artista; combinando obras tempranas y versiones tardías, pinturas y obra gráfica, y recoge cada una de las emociones que experimentó el artista sin orden cronológico para, en palabras de Alarcó, “derribar tópicos. Munch congelaba los temas y los repitió a lo largo de su vida. Era su obsesión”. “Nunca he hecho copias de mis pinturas”, confesaba el pintor. “Cuando utilizaba el mismo motivo, era exclusivamente desde el punto de vista artístico y para profundizar más en el tema” .www.elasombrario.com

1 comentario:

  1. Nació el año en que entró en vigor el Acta de Emancipación de Abraham Lincoln por el que todos los esclavos fueron declarados libres, el 12 de diciembre de 1863 en Loten, una granja del condado de Hedmark, en Noruega; murió el 23 de Enero de 1944, en Ekely, en el fiordo de Oslo. Durante su larga vida sufrió angustia, pánico, bronquitis, alcoholismo; asistió al auge del nazismo (sus obras entraron en la lista de “obras degeneradas”) y vivió de cerca las dos guerras mundiales.

    “Enfermedad y locura fueron los ángeles negros que custodiaron mi cuna… Desde el momento de mi nacimiento, los ángeles de la ansiedad, la preocupación y la muerte permanecieron a mi lado, me seguían cuando jugaba al sol de la primavera y en la gloria del verano. Ellos estaban conmigo por la noche, cuando cerraba mis ojos y me amenazaban con la muerte, el infierno y la condenación eterna. A menudo me despertaba y me encontraba asustado en mi habitación preguntándome: ¿estoy en el infierno?; desde entonces me han seguido durante toda mi vida. Aprendí pronto todo acerca de la miseria y los peligros de la vida, y acerca de la otra vida, acerca del castigo eterno que esperaba a los hijos del pecado en el infierno… En mi infancia fui tratado injustamente, sin mi madre, enferma, y con la amenaza del castigo del cielo pendiendo sobre mi cabeza”. Duras palabras que han conseguido que el adjetivo atormentado se adhiera al nombre de Munch. Para Alarcó, va siendo hora de desmontar la costumbre de juzgar su obra en clave biográfica y apunta a cómo “el desmoronamiento físico y mental daba lugar a un estado en el que la imaginación estética podía superar las limitaciones de la razón y dar lugar a la experimentación”.

    Traumática y asfixiante fue la vida de Munch en la casa burguesa de Kristiania (la capital noruega no recuperó el nombre de Oslo hasta 1924). Educado bajo estrictos códigos puritanos por su padre, el doctor Munch, la melancolía reinaba en la vivienda tras la muerte de su madre y su hermana Sofía por tuberculosis. En su memoria quedó grabada la escena que plasmó cuando años después pintó La niña enferma, de la que hizo numerosas versiones porque “abrió un nuevo camino en mi arte; muchos de mis trabajos posteriores se deben a esta pintura tan verídica, que fue más despreciada en Noruega que ninguna de mis otras pinturas”. En las obras que tratan el tema de la muerte, para conseguir plasmar la violencia de un cuerpo que se pudre, Munch utilizaba gruesos emplastes de manera que el óleo chorrea literalmente por el cuadro. Bestial, agresivo, utilizaba incluso un cuchillo o el mango del pincel para abrir surcos a los ojos, al cabello.elasombrario.com

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