miércoles, 16 de septiembre de 2015

UN ENCUENTRO MEMORABLE EN LA FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES-ENTRE SUSAN SONTAG Y JORGE LUIS BORGES/ 1985

Por Bibiana Fulchieri (Especial)1
En 1985, cuando comenzaba la primera edición de la Feria del Libro de Córdoba, se produjo en la 10ª edición de la Feria del Libro de Buenos Aires un encuentro público memorable, entre Susan Sontag y Jorge Luis Borges. Ese encuentro fue presentado como la “reunión de dos de las mentes más brillantes del siglo 20”.

Ante un público que los ovacionaba y casi impedía la continuidad del diálogo, Susan Sontag (intelectual estadounidense, escritora, artista, directora de cine y teatro, militante de los derechos humanos), recibió con una reverencia a nuestro Jorge Luis Borges y le recordó otra reunión similar en Nueva York: “Aquí estamos otra vez como Laurel y Hardy, representando nuestro número”, y de allí en más se transformaron en cómplices, más que por la lucidez y universal originalidad de sus mentes, por la apasionada relación de ambos con la lectura.

Hace un cuarto de siglo en esa feria se empezaba a hablar del fin del libro. Sontag y Borges no se dieron por aludidos porque estaban leyendo.

–Susan Sontag: Creo que ser escritor es una vocación muy extraña. Casi todos los escritores que conozco, incluso yo misma, sabían desde muy temprana edad que querían ser escritores, desde los seis o siete años.

–Jorge Luis Borges: Yo siempre supe que mi destino era literario, no sé si escritor, pero sí lector; es más grato, siempre lo supe.

–SS: ¿Usted se imaginaba los libros que iba a escribir?

–JLB: No, nunca pensé eso... pensaba en el placer de leer, en el placer de escribir, pero en publicar, no, jamás.

–SS: ¿Cree que hubiera podido ser un escritor como Emily Dickinson, que no publicó nunca durante toda su vida?

–JLB: Sí, pero he cometido la imprudencia de publicar (risas). Estoy de acuerdo, desde luego, con el destino envidiable de Emily Dickinson. Si uno no publica, me dijo Alfonso Reyes, corremos el riesgo de pasarnos la vida corrigiendo borradores. Creo que tenía razón. Pero yo, por ejemplo, publico un libro y no leo nada de lo que se escribe sobre él; no sé si se vende o no, trato de soñar otras cosas, un libro distinto... Pero generalmente me salen parecidos al anterior.

–SS: Alguna vez le preguntaron a Paul Valéry cómo hacía para saber cuándo estaba listo un poema y Valéry le respondió: “Cuando viene el editor y se lo lleva, porque siempre podría mejorarlos o cambiarlos”.

–JLB: A mí me asombra tanto que se hable de edición definitiva... ¿Cómo puede saber el autor que no se va a arrepentir de un punto o de una coma, o de un adjetivo? Es absurdo eso de edición definitiva. ¡Cómo edición definitiva, si el idioma va cambiando también!

–SS: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he escrito.

–JLB: Yo quisiera destruir todo lo que he escrito (risas) pero... podría salvar algún libro: El libro de arena , lo demás podría olvidarse. Bueno, quizás La cifra también, lo demás puede y debe olvidarse, sobre todo las Obras Completas (risas).

–SS: ¿Tiene favoritos, entonces?

–JLB: Sí.

–SS: Cuando vuelvo a leer lo que he escrito, trato de hacerlo lo menos posible, obligada por las reediciones. Me siento muy deprimida porque creo que fue malísimo y me avergüenzo de que exista. O, por lo contrario, pienso que fue tan bueno que no voy a volver a escribir algo tan bueno.

–JLB: A mí me pasa también sentir envidia, decir: ¡Ojalá yo hubiera escrito eso!

–SS: Creo que mi imaginación no es tan fuerte como la suya, porque no puedo siquiera imaginarme escribir sin publicar. ¿Usted puede imaginárselo?

–JLB: Yo publiqué mi primer libro a los 24 años, pero no pensé en la venta ni en darlo a conocer a los diarios...

–SS: Para mí, la publicación es una forma de deshacerme de ellos; de no tener que corregirlos más. Es decir que yo tengo que mantener los caños destapados, entonces los publico y no pienso más en ellos.

–JLB: Lo que yo hago es cambiar de temas.

–SS: No sólo cambiar de temas sino también de opinión; lo cual es bastante incómodo, pues la actitud adulta responsable es estar parado siempre detrás de lo que uno ha escrito, respaldándolo.

–JLB: Esa es una actitud comercial, sobre todo.

–SS: No, no creo que sea comercial. Existen libros míos publicados hace 20 años y si algunos los leen no es culpa de nadie que el tiempo haya pasado. Si veo a un joven que lee un libro que escribí 20 años atrás, me sentiría muy poco amable diciéndole que eso ya no me interesa. Eso no significa que no esté contenta porque se están leyendo mis libros. Sólo siento que algunos ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de mis libros. Es una especie de posición esquizofrénica, porque una parte mía quiere que sigan siendo leídos, pero hay otra parte que es la creativa, entonces me interesa lo que estoy escribiendo ahora o lo que haré en el futuro. También me pasa que cuando hago algo tengo la necesidad de contradecirlo y me siento libre de contradecirlo porque ya lo hice. Por ejemplo, una postura que pude haber tomado, con total honestidad, de pronto la veo distinta; es por eso que me gusta más hablar de las obras de otras personas. ¿Está de acuerdo con algo de esto?

–JLB: Yo nunca releo lo que escribo, es más: me olvido, es como una purificación.

–SS: Es que parece que uno no tiene el mismo acceso a las obras propias como a las de los otros. Para mí, la definición de un libro importante es que se necesita leerlo más de una vez.

–JLB: Sí, sí... los otros son simulacros.

–SS: Claro, la definición que doy a la buena literatura es el volver necesariamente a esos libros, hacer una especie de familia con ellos, un discurso en donde uno es parte.

–JLB: En el caso de la poesía, ésta tiene que ser ligeramente misteriosa, no puede ser explicable; si el poema puede ser explicado casi no es poesía. Tiene que haber algo en las cadencias...

–SS: ¿Qué piensa de la diferencia entre prosa y poesía? Yo soy un poco incrédula de las dicotomías; ni bien uno mira profundamente, las distinciones se derrumban...

–JLB: No yo creo que la diferencia no esté en el texto, sino en el lector; el lector que lee una página en prosa espera razonamientos, noticias, informaciones; pero el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse antes que nada.

–SS: Yo voy a tomar la postura opuesta, porque por ejemplo, si Dante es poesía ciertamente también es argumento e información; si Kafka es prosa no hay en él ni noticia ni información. Yo no creo que la distinción es entre lo que tenga información y argumento y lo que no.

–JLB: Yo no he dicho que lo que mejor busca el lector es una cosa... Por ejemplo un clásico, no es un libro que esté escrito de un modo, es un libro leído de un cierto modo, con más respeto.

–SS: Entonces cree usted definitivamente que la diferencia radica en los lectores, en la diferencia entre ellos.

–JLB: Claro, tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo...

–SS: ¿Qué dice usted cuando alguien le dice que quiere ser escritor?

–JLB: Le digo que sea lector, que es mucho más grato.

–SS: Sí, especialmente a la gente haragana, ¿no?

–JLB: Yo soy haragán (risas).

–SS: Nosotros, Borges, nos pasamos gran parte de nuestra vida leyendo...

–JLB: Es lo más prudente que se puede hacer...

–SS: Yo me asombro cuando mis colegas me preguntan de dónde saco el tiempo para leer.

–JLB: ¿Para qué sirve el tiempo sino para leer? (risas).

–SS: Yo disfruto realmente al leer, pero a veces pienso “¡No puedo estar todo el tiempo leyendo, más vale que escriba un poco!” Pero insisto, para mí el gran placer radica en leer.

–JLB: Sí, sí... un placer accesible al que mucha gente se niega, no sé por qué...(risas)

–SS: Sí, pareciera que leer es también tanto o más fácil que ver televisión.

–JLB: Claro, claro, mirar televisión enferma; por suerte a mí la ceguera me defiende...(risas).

–SS: Tenemos que aumentar la comunidad de lectores.

–JLB: Los lectores son un género que está desapareciendo. Escritores hay muchos, pero lectores...

–SS: Creo que precisamente por eso es que son tan importantes estas ferias de libros.

–JLB: Claro, para fomentar las sectas de los lectores, las sociedades secretas de los lectores...

–SS: Entonces... ¡qué vivan por mucho tiempo las ferias de libros!

(Risas y muchísimos aplausos) www.lavoz.com.ar

3 comentarios:

  1. (...)Bovarismo intelectual. Susana Domingo (o Susan Sontag, como la conocía todo el mundo), nació un 16 de enero de 1933 en la ciudad de Nueva York como Susan Rosenblatt, en el seno de una familia judeoamericana. Cuando la niña tenía cinco años, su padre, Jack, murió de tuberculosis en China, donde se dedicaba al comercio de pieles. La que estaba destinada a convertirse en emblema de la gauche divine neoyorquina creció, sin embargo, en Tucson (Arizona), donde realizó sus primeros estudios y donde adquirió su apellido, por la vía del segundo matrimonio de su madre. A los doce años, Susan recibía de Nathan Sontag el regalo divino del nombre del padre.

    Hizo su escuela secundaria en Los Angeles (North Hollywood High School) y obtuvo su título de grado en la Chicago University, donde conoció a Philip Rieff, con quien se casó después de un noviazgo relámpago de diez días y con quien tuvo un hijo, David, que se convertiría, entre otras cosas, en su editor en la editorial Farrar Straus & Giroux. Es David quien ordenó los papeles póstumos para Al mismo tiempo , de acuerdo con los planes de su madre, eligió el título para la compilación y prologó el volumen.

    El matrimonio con el académico Riff le permitió a Sontag continuar sus estudios en las más diversas universidades (por ejemplo, estudios de filosofía, literatura y teología en Harvard University y en el Saint Anne’s College de Oxford). Pero todo llega a su fin. Después de o cho años de matrimonio, en 1958, se divorcian y Susan llega (¡por fin!) a Nueva York con sólo dos bultos (una valijita y su pequeño vástago), un bovariano hastío de la vida provinciana y grandes ilusiones.

    El objetivo de esta muchacha de provincias es, naturalmente, convertirse en una “ gran escritora” (ser simplemente “una escritora” no entró nunca en sus cálculos). En Al mismo tiempo se lee: “ La lectura me salvó cuando era una colegiala en Arizona, mientras esperaba crecer, esperaba escapar a una realidad más amplia” (pág. 18). Crecer no es, para Sontag, ser abandonada por la infancia (o quedarse abrazada a la propia infancia como a un muerto-vivo) sino escapar “del provincianismo”, “ de los destinos imperfectos y de la mala suerte”. Para escapar, precisamente, comienza, con habilidad de estratega, a investigar el reverberante mapa cultural neoyorkino y, al mismo tiempo, a pasar temporadas en París, su otra patria, donde prosigue su formación intelectual y sentimental.

    En sus diarios de la época (que serán publicados el año próximo, pero que la voracidad periodística ya ha anticipado parcialmente), se leen sus encuentros con el amor que no osa decir su nombre: “ Mi relación con Harriet [Sohmers] me perturba. Quiero ser espontánea, irreflexiva, pero la sombra de sus expectativas sobre lo que es tener un affaire me desequilibra, me hace actuar con torpeza. Ella, con sus insatisfacciones románticas; yo, con mis románticas necesidades y nostalgias... Un regalo inesperado: es hermosa. Yo no la recordaba hermosa, sino más bien corpulenta y fea. No lo es, en absoluto. Y para mí, la belleza física es enormemente, casi mórbidamente, importante” (30 de diciembre de 1958).

    Poco tiempo después la fama le llega por la vía más inesperada (como todo acontecimiento que se precie de tal). No por las novelas que va prolijamente escribiendo sino por el conjunto de ensayos en los que lee su época y en los que su época se siente leída, Contra la interpretación (1964). Ya nada podrá detenerla.

    Susan Sontag murió el 28 de diciembre de 2004, a la edad de 71 años, víctima de una leucemia que, tal vez, haya sido provocada por la radioterapia que recibió cuando, a sus 43 años, sufrió un cáncer de mama del cual consiguió reponerse. (...) Daniel Link en www.perfil.com.ar "Una conciencia atormentada" 6 de mayo de 2007

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  2. Osvaldo Ferrari: Hay una clave, que usted ha dado en una frase, Borges, al decir que todo poeta inteligente es un buen prosista.

    Jorge Luis Borges: Sí, mi punto de partida fue Stevenson, que dijo que la prosa era la forma más difícil de la poesía. Y una prueba de ello sería el hecho de que hay literaturas que no llegaron nunca a la prosa. Por ejemplo, la literatura anglosajona produjo en cinco siglos admirable poesía elegíaca y épica; pero la prosa que nos han dejado es realmente lamentable, es muy pobre. Y eso coincidiría con lo que dijo Mallarmé, que sostuvo que desde el momento en que uno cuida un poco lo que escribe, uno está versificando. De modo que vendría a ser lo mismo.

    —Usted completa la idea diciendo que no se da la posibilidad opuesta como una constante; es decir, que un prosista inteligente sea un buen poeta.

    —Bueno, puede darse el caso de que la prosa no excluya la poesía, porque supongo que para escribir un buen período en prosa uno tiene que tener oído, y sin oído no se puede versificar; sobre todo en verso libre, que requiere una continua invención de cadencias.

    —Claro, ahora, usted cierra del todo la idea diciendo que la buena prosa, sin embargo, no se corresponde con aquellos misteriosos poetas que pueden prescindir de la inteligencia.

    —(Ríe.) ¿He dicho eso?

    —Sí (ríe).

    —Y bueno, estoy de acuerdo con la frase, aunque la haya dicho yo, o aunque sea un regalo que usted me hace en este momento.

    —No, pero me interesa particularmente esta idea suya sobre la inteligencia del poeta aplicada a la prosa, porque, por ejemplo, los ensayos más fascinantes, digamos, que he leído, fueron escritos por poetas. Y esto me ha ocurrido también con los cuentos; aunque no con la novela, por supuesto.

    —No, con la novela no; es que la novela parece exigir que el narrador sea invisible, digamos, o secreto, ¿no? En una buena novela los que son reales son los personajes, y el autor no, o el autor menos. Es un género que yo no he intentado nunca, y que no pienso intentar, ya que para ser un buen novelista hubiera tenido que ser un buen lector de novelas; y creo que fuera de Conrad, fuera de Dickens, fuera de la segunda parte del Quijote —no de la primera—, no he leído ninguna novela que no me exigiera un esfuerzo, una suerte de aprendizaje. Y eso me parece que está mal, ya que el fin de la lectura tiene que ser, no diría la felicidad, pero sí la emoción del lector.

    —Claro, pero volviendo a la inteligencia del poeta; ese tipo de inteligencia pareciera estar hecha para mirar la realidad de otra manera, o lo que llamamos realidad. Es diferente de la inteligencia filosófica o de la científica.

    —Sí, supongo que es del todo distinta... por ejemplo, yo pienso que todo lo que me sucede tiene que ser una suerte de arcilla para mi obra, pero que no debo tratar de buscar palabras que sean, digamos, un espejo de la realidad. Yo tengo que modificar de algún modo esa realidad, y esas diversas modificaciones se llaman fábula, se llaman cuento, se llaman relato o también poema; ya que yo diría que todo lo que yo escribo es autobiográfico. Pero nunca de manera directa, y sí de modo indirecto —lo cual puede ser más eficaz—. Además, si se admite la metáfora, la metáfora es un modo indirecto de decir las cosas; y el verso también, porque la cadencia del verso no corresponde a las cadencias orales.(...)
    borgestodoelanio.blogspot.com

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  3. Señoras, señores:
    El místico y panteísta irlandés Escoto Erígena, dijo que la Sagrada Escritura encerraba un número infinito de sentidos y la comparó con la imagen tornasolada del pavo real. Siglos después un cabalista español dijo que Dios había escrito la Escritura para cada uno de los hombres de Israel y por consiguiente había tantas Biblias como lectores de la Biblia, lo cual puede admitirse si pensamos que Dios fue autor de la Torá; de la Ley y del destino de cada uno de los lectores. Podríamos pensar que estas dos sentencias, el ropaje tornasolado del pavo real de Escoto Erígena y la otra, la de tantas Escrituras sagradas como lectores, son dos pruebas de la imaginación celta, la primera y la imaginación oriental, la segunda. Sin embargo, yo me atrevería a decir que son exactas, no sólo en lo referente a la escritura sino en lo referente a cualquier libro digno de ser releído.
    Pensemos lo que dijo Emerson de una biblioteca. Dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el cual hay muchos espíritus hechizados. Esos espíritus despiertan cuando los llamamos; es decir, mientras no abrimos un libro, ese libro ‑literalmente, geométricamente‑ es un volumen, una cosa entre las cosas. Pero cuando lo abrirnos, cuando el libro lo encuentra a su lector, entonces ocurre el hecho estético: si no, el libro es una cosa muerta. Todas estas consideraciones pueden parecer evidentes, pudiéndose agregar además que para el mismo lector el mismo libro cambia, ya que cambiamos, ya que somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo: "el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana". Es decir, estamos cambiando continuamente y puede decirse que cada lectura de un libro, cada relectura, cada recuerdo de esa lectura en nuestra imaginación renueva el texto, el texto está cambiando continuamente. El texto es también (no sólo nosotros) el cambiante río de Heráclito.
    Todo esto podría llevarnos a la doctrina de Croce (1), que no sé si es la más profunda pero sí la menos perjudicial, la idea de que la literatura es expresión. Y esto nos llevaría a la otra doctrina de Croce, que suele olvidarse: si la literatura es expresión, la literatura está hecha de palabras y el lenguaje es también un fenómeno estético. Aquí ya podríamos detenernos un rato, porque ya esto es algo que nos cuesta admitir: la idea de que el lenguaje es un fenómeno estético. Casi nadie profesa la doctrina de Croce y todos la aplican continuamente.
    *
    Decimos, por ejemplo, que el español es un idioma sonoro, que el inglés es un idioma de sonidos variados, que el latín tiene una dignidad singular a la que aspiran todos los idiomas que han venido después: es decir, aplicamos a los idiomas categorías estéticas. En general, se supone erróneamente que el lenguaje corresponde a la realidad, esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el lenguaje es otra cosa.
    Pensemos en una cosa amarilla, resplandeciente, cambiante: esa cosa, a veces, en el cielo es circular; otras veces toma la forma de un arco, otras veces crece y decrece. Entonces, alguien ‑pero no sabremos nunca el nombre de ese alguien- nuestro antepasado, nuestro común antepasado, le puso a esa cosa el nombre de luna, distinto en distintos idiomas y diversamente feliz. Yo diría que la voz griega selene es demasiado compleja para la luna, que la voz inglesa moon tiene algo pausado, algo que obliga a la voz a la lentitud que conviene a la luna, que se parece a la luna, porque es casi casi circular, casi empieza con la misma letra con que termina. Pero tenemos la palabra "luna", esa hermosa palabra que hemos heredado del latín, esa hermosa palabra que es común al italiano. Luego tenemos lua, que parece menos feliz en portugués; y luego, lune en francés, que tiene algo de misterioso.En este blog el 12 de marzo de 2012- Conferencia completa

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