martes, 4 de octubre de 2011

VIRGINIA WOOLF-LONDRES-1882-1941

Virginia Woolf
Por Anabella Marciello
Algunos escritos atesoran las palabras necesarias para que el lector pueda detenerse en el "amarillo de una manzana", o en la "sombra de un zorzal atravesando el tinte plateado entre los árboles". Son los que tienen la fuerza de recordar el poder del viento para "remover mil instintos y soltar un millón de recuerdos". Esos que aceptan el desafío de experimentar un tiempo distinto al cronológico, que permita por ejemplo, que los dedos sientan la experiencia del viento pasando entre ellos.
En los textos de Virginia Woolf no hay mensaje, ni clímax, ni golpes bajos. El hilo conductor de la narración no es la linealidad del acontecimiento, sino la complejidad del proceso mental del ser humano: sus pensamientos, su consciencia, sus visiones y sus olores. Todo eso que ocurre en cada instante de la existencia, pero que a la vez parece extraño.
En su famoso diario íntimo, confesó su intención de hallar una mirada, que la ayudara a engendrar una nueva literatura, capaz de remplazar a la generación anterior, embriagada de realismo y mecanicismos. De allí, su deseo de experimentar e investigar, ya sea con las técnicas narrativas, con el tiempo o con el monólogo interior.
Sus palabras buscaban el atajo ante "la regla universal", como lo esperaba de sí misma Lily Briscoe el personaje principal de "Al faro", una de sus grandes novelas.
Había nacido en Londres en 1882 y su nombre verdadero fue Adeline Virginia Stephen. Hija del biógrafo y filósofo Leslie Stephen, nunca fue a la escuela, pero tuvo el privilegio de estudiar en su casa. En 1912 se casó con el escritor Leonard Woolf, con quien cinco años despúes fundó la Editorial Hogarth.
Creció en una clase acomodada y rica, llena de casas de campo, telas de bellas tramas, pinturas y discusiones educadas. Con un grupo de artistas, escritores y poetas solía reunirse en su casa del barrio londinense de Bloomsbury -más tarde se los conocería con el nombre de "Grupo de Bloomsbury"- para husmear sin prejuicios en la política, en lo social o en el arte.
Sin embargo, un entorno tan ventajoso suele atentar contra los instintos y favorecer el conservadurismo; así como le sucede al perro "Flush", el principal protagonista de otra de sus novelas, cuando expresa: "La primera lección que aprendía en la escuela dormitorio consistía en controlar los instintos más violentos".
Pero cuando se liberaba de los convencionalismos, su naturaleza descendía desde la piel hasta el papel. Entonces, su femineidad asomaba en su forma más original, lejos de lugares comunes y estereotipos desgastados.
Por eso para muchos es la madre del feminismo. En efecto, ser mujer no tenía que ver con el cuerpo o la sexualidad. Tampoco con perseguir patrones culturales fabricados por una sociedad patriarcal, e incluso fascista como lo era la de Italia o Alemania en los treinta.
Su camino requería una mente andrógina, más allá de las divisiones tradicionales entre hombre y mujer. No resulta extraño entonces, que sus personajes no sean reconocibles por sus características físicas o por sus personalidades, sino por las imágenes, sensaciones, metáforas y pensamientos que soportan.
En "Al faro" uno de los protagonistas se interroga al mirar al espejo: "¿Qué es eso de uno mismo? ¿Lo que ve la gente? ¿Lo que uno es?". Preguntas de un hombre o de una mujer, tan propias como impersonales.

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