miércoles, 13 de abril de 2011

EL LENGUAJE-ERNST CASSIRER-PARTE 2



La lingüística histórica moderna comenzó con una investigación de correspondencias fonéticas uniformes. En 1818 R. K Rask mostró que las palabras de las lenguas germánicas guardan una relación formal regular, en cuestión de fonética, con las palabras de otras lenguas indoeuropeas. En su gramática germánica Jacob Grimm ofreció una exposición sistemática de la correspondencia entre las consonantes de las lenguas germánicas y otras lenguas indoeuropeas. Estas primeras observaciones se convirtieron en la base de la lingüística moderna y de la gramática comparada, pero fueron entendidas e interpretadas en un sentido exclusivamente histórico.
Jacob Grimm recibió su primera y más profunda inspiración de un amor romántico al pasado. El mismo espíritu del romántico guió a Friedrich Schlegel en su descubrimiento del lenguaje y sabiduría de la India.15
En la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, el interés por los estudios lingüísticos estaba dictado por otros impulsos intelectuales y empezó a predominar una interpretación materialista. La gran ambición de los llamados "neogramáticos" se cifraba en probar que los métodos de la lingüística se hallaban al mismo nivel que los de las ciencias de la naturaleza.
Si la lingüística pretendía ser considerada como una ciencia exacta no se podía contentar con vagas reglas empíricas que describían acontecimientos históricos particulares; tenía que descubrir leyes que, por su forma lógica, fueran comparables con las leyes generales de la naturaleza. Los fenómenos de los cambios fonéticos parecían probar la existencia de tales leyes. Los neo­gramáticos negaban que existiera algo semejante a un cambio esporádico de sonido. Según ellos, todo cambio fonético sigue leyes inviolables. De aquí se sigue que la tarea de la lingüística consiste en reducir todos los fenómenos del lenguaje humano a esta capa fundamen­tal: las leyes fonéticas, que son necesarias y no admiten excepciones 16.
*
El "estructuralismo" moderno, tal como ha sido desarrollado en las obras de Trubetzkoy y en Travaux du Cercle Linguistique de Prague, aborda el problema desde un ángulo muy diferente; no renun­cia a la esperanza de encontrar una necesidad en los fenómenos del habla humana; por el contrario, subraya esta necesidad. Pero, según el estructuralismo, es me­nester una redefinición del verdadero concepto de "necesidad" y hay que entenderlo, más bien, en un sentido teleológico que no en el meramente causal.
El lenguaje no es, simplemente, un agregado de sonido y palabras sino un sistema. Por otra parte, su orden sistemático no puede ser descrito en términos de causalidad física o histórica. Cada lenguaje posee una estructura propia, tanto en un sentido formal como material.
Si examinamos los fenómenos de diversas hablas encontraremos tipos divergentes que no pueden ser subsumidos bajo un esquema uniforme y rígido. Los diversos lenguajes muestran sus propias características en la elección de estos fenómenos, pero se puede mostrar que existe una conexión estricta entre los fenómenos de una lengua determinada. Esta conexión es relativa, no absoluta; hipotética, no apodíctica. No podemos deducirla de reglas lógicas generales sino que tenemos que apoyarnos en nuestros datos empíricos que muestran una coherencia interna.
Una vez que hemos encontrado ciertos datos fundamentales nos hallamos en situación de derivar otros datos invariablemente conectados con ellos. "Il faudrait étudier ‑escribe V. Bröndal, formulando el programa de este nuevo estructuralismo‑, les conditions de la structure linguistique, distinguer dans les systèmes phonologiques et morphologiques ce quit est possible, de ce qui est impossible, le contingent du nécessaire".17
Si aceptamos este punto de vista, hasta la base material del lenguaje humano, los fenómenos fonéticos mismos, tendrán que ser estudiados de un modo nuevo y en un aspecto diferente. En realidad, no podemos admitir ya que exista aquí una base exclusivamente material. La distinción entre forma y materia resulta artificial e inadecuada; el lenguaje es una unidad indisoluble que no puede ser dividida en dos factores independientes y aislados, en forma y materia. En este principio radica la diferencia entre la nueva fonología y los tipos anteriores de fonética. En la fonología estudiamos, no sonidos, físicos, sino significativos. La lingüística no se halla interesada en la naturaleza de los sonidos sino en su función semántica.
Las escuelas positivistas del siglo XIX estaban convencidas de que la fonética y la semántica requerían estudios separados, de acuerdo con métodos diferentes. Los fonemas del lenguaje se consideraban como meros fenómenos físicos que podían ser y tenían que ser descritos en términos de física o de fisiología. Desde el punto de vista metodológico general de los neogramáticos, semejante concepción no sólo era inteligible sino necesaria, pues su tesis fundamental ‑que las leyes fonéticas no conocen excepción‑ se basaba en el supuesto de que el cambio fonético es independiente de factores no fonéticos. Como se pensaba que el cambio fonético no es más que un cambio en el hábito de la articulación, tiene que afectar a un fenómeno en cualquier momento, con independencia de la naturaleza de la forma lingüística particular dentro de la cual ocurre el fenómeno.
Este dualismo ha desaparecido en la lingüística más reciente; no se considera ya a la fonética como un campo separado sino que se ha convertido en una parte lasemánticapues el fonema no es una unidad física sino una unidad de sentido. Ha sido definido como "la unidad mínima de un rasgo fonético distintivo". Entre los grandes rasgos acústicos de cualquier expresión existen algunos que son significativos, pues son empleados para expresar diferencias de sentido, mientras que otros no tienen este carácter distintivo. Cada lenguaje posee su sistema de fonemas, de sonidos distintivos.
En el idioma chino el cambio en la intensidad de un sonido constituye uno de los medios más importantes para mudar el sentido de las palabras, mientras que en otros lenguajes no tiene importancia 18Entre la multitud infinita de posibles sonidos físicos cada lenguaje selecciona un limitado número de ellos como fonemas suyos. La selección no se hace al azar, pues los fonemas componen un todo coherente; pueden ser reducidos a tipos generales, a determinadas pautas fonéticas 19Estas pautas fonéticas representan, a lo que parece, los rasgos más persistentes y característicos del lenguaje. Sapir subraya el hecho de que cada lenguaje tiene una fuerte tendencia a mantener intacta su pauta fonética:
En términos generales diremos, pues, que las principales coincidencias y divergencias de las formas lingüísticas ‑sistema fonético y morfología- son producto de la corriente autónoma de transformación del lenguaje, no de rasgos aislados y diseminados que se agrupan al acaso en un lugar o en otro. El lenguaje es quizá el fenómeno social que más se resiste a influencias extrañas, el que más se basta a sí mismo. Es más fácil suprimir del todo una lengua que desintegrar su forma individual.20
*
De todos modos resulta muy difícil responder a la cuestión de qué signifique, realmente, esta forma individual de un lenguaje. Al enfrentamos con esta cuestión nos hallamos siempre ante un dilema. Tenemos que evitar dos extremos, dos soluciones radicales que son inadecuadas cada una en un sentido.
Si la tesis de que todo lenguaje posee su forma singular implicara que es inútil buscar rasgos comunes en el lenguaje humano, tendríamos que reconocer que la mera idea de una filosofía del lenguaje es un castillo en el aire. Pero lo que desde un punto de vista empírico se expone a objeciones no es tanto la existencia cuanto la determinación clara de estos rasgos comunes.
En la filosofía griega el término logos sugiere siempre y conlleva la idea de una identidad fundamental entre el acto de hablar y el de pensar. La gramática y la lógica se con­cebían como dos ramas diferentes del conocimiento que tenían el mismo objeto; hasta lógicos modernos cuyo sistema se ha desviado grandemente de la lógica clásica aristotélica han mantenido la misma opinión.
John Stuart Mill, el fundador de una lógica inductiva, sostenía que la gramática constituye la parte más elemental de la lógica, porque representa el comienzo del análisis del proceso mental. Según Mill, los principios y reglas de la gramática constituyen los medios con los que se hacen corresponder las formas del len­guaje con las formas universales del pensamiento, pero no se contentó con esta afirmación. Supuso también que un sistema particular de partes de la oración –que ha sido derivado de la gramática latina y griega‑ po­see una validez universal y objetiva. Las distinciones entre las varias partes de la oración, entre los casos de los nombres, los modos y tiempos del verbo y las fun­ciones de las partículas se consideraban por Mill como distinciones mentales y no sólo verbales. "La estruc­tura de cada frase ‑nos dice‑, es una lección de lógica".21Los progresos de la investigación lingüística hicie­ron cada vez más insostenible esta posición, pues se fue reconociendo generalmente que el sistema de las partes de la oración no presenta un carácter fijo y uniforme sino que varía de un idioma a otro.
Se observó, además, que existen diversos rasgos de las lenguas derivadas del latín que no pueden expresarse adecuadamente con los términos y categorías usuales en la gramática latina. Los conocedores del francés subrayaron a menudo el hecho de que la gramática francesa hubiera cobrado una forma bien diferente de no haber sido escrita por los discípulos de Aristóteles. Sostienen que aplicación de las distinciones de la gramática latina al inglés o al francés ha traído como consecuencia varios errores graves y se ha convertido en un obstáculo serio para la descripción, sin prejuicios, de los fenómenos lingüísticos.22
Muchas distinciones gramaticales que nosotros pensamos que son fundamentales y necesarias pierden su valor o resultan verdaderamente inciertas tan pronto como examinamos lenguajes que no pertenecen a la familia indoeuropea. Parece, pues, una ilusión la existencia de un sistema definido y único de partes de la oración que tendría que ser considerado como un componente necesario del lenguaje del pensamiento racional.23
No quiere esto decir, necesariamente, que debamos renunciar al viejo concepto de una "grammaire générale et raisonnée", una gramática general basada en principios racionales, pero tenemos que definir de nuevo este concepto y formularlo en un sentido nuevo. Sería un intento vano pretender colocar todas las lenguas en el lecho de Procusto de un solo sistema de las partes de la oración.
Varios lingüistas modernos han llegado al punto de ponernos en guardia contra la expresión "gramática general", pensando que representa más bien un ídolo que un ideal científico.24 Semejante actitud radical no ha sido compartida por todos los especialistas; se han hecho esfuerzos serios por mantener y defender la concepción de una gramática filosófica.
Otto Jespersen escribió un libro dedicado especialmente a la filosofía de la gramática y en él trató de demostrar que, fuera o por encima de las categorías sintácticas, que dependen de la estructura de cada lenguaje tal como se encuentra en la actualidad, existen otras categorías que son independientes de los hechos más o menos accidentales de las lenguas existentes. Son universales por lo mismo que se pueden aplicar a todas las lenguas. Jes­persen proponía que se las denominara categorías "nocionales" y consideraba como una tarea gramatical la investigación en cada caso de la relación entre las categorías nocionales y las sintácticas.
El mismo punto de vista ha sido expresado por otros especialistas como, por ejemplo, Hjelmslev y Bröndal.25  Según Sapir, cada lengua contiene ciertas categorías necesarias e indispen­sables junto a otras que ofrecen un carácter más accidental.26 La idea de una gramática general o filosófica no ha sido, como vemos, invalidada por el progreso de la investigación lingüística, si bien ya no podemos esperar trazar semejante gramática con los medios simples que fueron utilizados en intentos anteriores.
El habla humana no sólo tiene que cumplir una tarea lógica universal sino también una tarea social, que depende de las condiciones sociales específicas de la comunidad lingüística, por lo tanto, no podemos esperar una identidad real, una correspondencia unívoca entre las formas gramaticales y las lógicas.  Un análisis empírico y descriptivo de las formas gramaticales se propone una tarea diferente y conduce a resultados distintos que el análisis estructural que se nos ofrece, por ejemplo, en obra de Carnap Sintaxis lógica del lenguaje.


3.
Para encontrar el hilo de Ariadna que nos guíe por este complicado laberinto del lenguaje humano podemos seguir un procedimiento doble: tratar de buscar un orden lógico y sistemático o un orden cronológico y genético. En el segundo caso procuramos reducir los diversos lenguajes y los varios tipos lingüísticos a una etapa anterior relativamente simple y amorfa.
Intentos seme­jantes fueron llevados a cabo a menudo por lingüistas del siglo XIX,al extenderse la opinión de que el lenguaje humano, antes de que pudiera alcanzar su forma actual, tuvo que pasar por una etapa en la que no existía forma sintáctica o morfológica definidas. Al principio se componía de elementos simples, de raíces monosilábicas.
El romanticismo favoreció esta opinión. Guillermo Schlegel propuso una teoría según la cual el lenguaje se desenvolvía a partir de un estado anterior amorfo e inorganizado; de este estado pasaba, en un orden fijo, a otras etapas más avanzadas, de aislamiento, de aglutinación y de flexión.  Los lenguajes flexivos representan, según Schlegel, la última etapa en esta evolución y son los realmente orgánicos. Un análisis descriptivo completo ha destruido en la mayoría de los casos las pruebas en que se basaban estas teorías. En el caso del idioma chino, que era citado corrientemente como ejemplo del lenguaje compuesto de raíces monosilábicas, se hizo ver como probable que su etapa actual monosilábica fue precedida por otra etapa flexiva.27
No conocemos ninguno desprovisto de elementos formales o estructurales, aunque la expresión de las relaciones formales, tales como la diferencia entre sujeto y objeto, entre atributo y predicado, varíe ampliamente de lengua a lengua. Un lenguaje sin forma no sólo parece ser una construcción histórica altamente dudosa sino una contradicción en los términos.
Los lenguajes de los pueblos menos civilizados, en modo alguno carecen de forma; por el contrario, muestran casi siempre una estructura muy complicada. A. Meillet, un lingüista moderno con un conocimiento amplísimo de las lenguas del mundo, afirma que ningún idioma conocido nos proporciona la más pequeña idea de lo que pudo ser el lenguaje primitivo. Todas las formas del lenguaje humano son perfectas en el sentido en que logran expresar sentimientos y pensamientos humanos en una forma clara y apropiada. Los llamados lenguajes primitivos concuerdan tanto con las condiciones de la civilización primitiva y con la tendencia general de la mente primitiva como nuestros propios lenguajes con los fines de nuestra cultura refinada y elaborada. En las lenguas de la familia bantú, por ejemplo, cada sustantivo pertenece a una clase definida y cada una de estas clases se halla caracterizada por un prefijo especial que no aparecen sólo en los nombres sino que tienen que ser repetidos, de acuerdo con un sistema muy complicado de concordancias y congruencias, en todas las otras partes de la oración que se refieren al nombre.28
La variedad de los diversos idiomas y la heterogeneidad de los tipos lingüísticos se ofrece en una luz muy diferente según se los considere desde un punto de vista filosófico o científico. El lingüista goza con esta variedad; se sumerge en el océano del habla humana sin esperanzas de tocar el fondo.
En todas las épocas, la filosofía se ha movido en la dirección opuesta; Leibniz insistía en que, sin una characteristica generalis nunca encontraríamos una scientia generalis. La moderna lógica simbólica sigue la misma tendencia, pero aunque se realizara este propósito, una filosofía de la cultura tendría que enfrentarse todavía con el mismo problema. En un análisis de la cultura tenemos que aceptar los hechos de su forma concreta, en toda su diversidad y divergencia.
La filosofía del lenguaje se enfrenta en este caso con el mismo dilema que asoma en el estudio de toda forma simbólica. La misión más alta, hasta la única, de estas formas radica en unir a los hombres; pero ninguna de ellas puede promover esta unidad sin, al mismo tiempo, dividir y separar a los hombres. De este modo, lo que estaba destinado a asegurar la armonía y la cultura se convierte en la fuente de las discordias y disensiones más profundas.
Es la gran antinomia, la dialéctica de la vida religiosa.29 La misma dialéctica asoma en el lenguaje humano. Sin él, no habría comunidad de hombres y, sin embargo, ningún obstáculo más serio se opone a tal comunidad que la diversidad de las lenguas. El mito y la religión se niegan a considerar esta diversidad como un hecho necesario e ineludible; lo atribuyen, más bien, a la falta o culpa del hombre que no a su constitución original y a la naturaleza de las cosas. En varias mitologías encontramos chocantes analogías con el relato bíblico de la Torre de Babel. También en los tiempos modernos el hombre ha sentido una gran nostalgia por esa edad dorada en la que la humanidad poseía un único lenguaje; se vuelve la mirada a esta etapa primigenia como a un paraíso perdido. El viejo sueño de una lingua adamica‑del lenguaje real de los primeros antepasados del hombre, una lengua que no se compondría exclusivamente de signos convencionales sino que expresaría, más bien, la verdadera naturaleza y esencia de las cosas‑ tampoco se disipó por completo en el campo de la filosofía. El problema de la lingua adamica siguió siendo discutido seriamente por los filósofos y por los místicos del siglo XVII.30
Sin embargo, la unidad verdadera del lenguaje, caso de que exista tal unidad, no puede ser de tipo sustancial, sino que debe ser definida como unidad funcional que no presupone una identidad material‑formal. Dos lenguajes diferentes pueden representar extremos opuestos tanto en lo que se refiere a su sistema fonético como a su sistema de partes de la oración, pero esto no impide que cumplan con la misma finalidad en la vida de la comunidad lingüística. Lo decisivo no es la variedad de los medios sino su adecuación y congruencia con el fin.
Podemos pensar que este fin común se alcanza con mayor perfección en un tipo lingüístico que en otro. El mismo Humboldt que, de un modo general, se resistía a juzgar el valor de un idioma particular, consideraba, sin embargo, las lenguas de flexión como una especie de modelos de excelencia. Para él la forma flexiva constituía "la única forma legal, la única forma completamente consecuente y que sigue reglas estrictas" (op. cit., VII, Parte II, p. 162).
Los lingüistas modernos nos ponen en guardia contra semejantes juicios, nos dicen que no poseemos un patrón común y único par apreciar el valor de los tipos lingüísticos. Al compararlos, podrá parecer que uno presenta ventajas definidas sobre otros, pero un análisis más detenido nos hará ver que aquello que considerábamos como defecto de un tipo determinado puede ser compensado y equilibrado por otras ventajas. "Si queremos comprender el alma verdadera del lenguaje ‑nos dice Sapir‑, debemos liberar nuestro espíritu de los 'valores' predilectos acostumbrarnos a contemplar el inglés y el hotentote con el mismo desprendimiento imparcial y con el mismo interés" (op. cit., p. 145).
Si la finalidad del lenguaje humano consistiera en copiar o imitar el orden dado o acabado de las cosas nos sería muy difícil mantener esta despreocupación. No podríamos evitar la conclusión de que, después de todo, una de las copias era la mejor; que una de ellas estaba más cerca del original que la otra. Pero si atribuimos al lenguaje una función productiva y constructiva mejor que una función meramente reproductora, nuestro juicio será bien diferente. En tal caso, lo que tiene importancia capital no es la "obra" del lenguaje sino su "energía". Para medirla habrá que estudiar el proceso lingüístico mismo, en lugar de limitarse a analizar su resultado, su producto.
*
Los psicólogos coinciden en subrayar que, sin una visión de la verdadera naturaleza del lenguaje humano, nuestro conocimiento del desarrollo de la psique humana será fragmentario e inadecuado. Subsiste todavía una considerable incertidumbre respecto a los métodos de una psicología del lenguaje.Ya estudiemos los fenómenos en un laboratorio psicológico o fonético o nos apoyemos en métodos exclusivamente introspectivos, sacamos siempre la misma impresión de que estos fenómenos son tan evanescentes y huidizos que desafían todos los esfuerzos de estabilización.
¿En qué consiste entonces esa diferencia fundamental entre la actitud mental que atribuimos a una criatura sin habla ‑un ser humano antes de la adquisición del lenguaje o un animal‑ y esa otra contextura de la mente que caracteriza a un adulto que ha dominado por completo su lengua materna?
Cosa curiosa: es más fácil contestar a esta pregunta sirviéndose de ejemplos anormales del desarrollo del lenguaje. Las consideraciones que hicimos de los casos de Helen Keller y Laura Bridgman 31 ilustraron el hecho de que con la primera comprensión del simbolismo del lenguaje tiene lugar una revolución real en la vida del niño. Desde este momento toda su vida personal e intelectual asume una forma completamente nueva.
De una manera general podemos describir el cambio diciendo que el niño pasa de un estado más subjetivo a otro estado más objetivo, de una actitud puramente emotiva a una actitud teórica. Lo mismo podemos observar en la vida de cualquier niño normal, aunque en un grado mucho menos espectacular; el niño mismo posee un claro sentido de la significación del nuevo instrumento para su desarrollo mental. No se contenta con que le enseñen en forma puramente receptiva sino que toma una parte activa en el proceso del lenguaje, que es, al mismo tiempo, un proceso de objetivación progresiva.
Los maestros de Helen Keller y Laura Bridgman nos han contado con qué seriedad e impaciencia las dos criaturas, una vez que comprendieron el uso de los nombres, continuaban preguntando por el nombre particular de cada objeto en su contorno 32. También es éste un rasgo general en el desarrollo normal del lenguaje. 
"Con el comienzo del mes veintitrés ‑dice D. R. Major, el niño ha desarrollado una manía de nombrar cosas, de comunicar a otros sus nombres o de llamar nuestra atención sobre las cosas que está examinando. Mirará, señalará o pondrá su mano sobre una cosa; dirá su nombre y mirará a sus compañeros." (First Steps in Mental Growth, Nueva York, Macmillan, 1906, pp. 321 s.)
Semejante actitud no sería comprensible si no fuera por el hecho de que el nombre tiene que realizar una función de importancia capital en el desarrollo mental del niño. Si, cuando está aprendiendo a hablar, un niño no tuviera más que aprender un cierto vocabulario, imprimir en su mente y en su memoria una gran masa de sonidos artificiales y arbitrarios, nos hallaríamos en presencia de un proceso puramente mecánico. Sería verdaderamente laborioso y cansado, y requeriría un esfuerzo demasiado consciente a que lo hiciera sin cierta resistencia, pues lo que se le pedía estaría totalmente desconcertado de sus necesidades biológicas reales.
El hambre de nombres que aparece a cierta edad en todo niño normal y que ha sido descrita por todos los que estudian la psicología infantil 33, prueba lo contrario. Nos advierte que nos hallamos frente a un problema bien diferente.
Cuando aprende a nombrar cosas, no añade una lista de signos artificiales a su conocimiento previo de objetos empíricos acabados, más bien, aprende a formar el concepto estos objetos, a entendérselas con el mundo objetivo. De este modo el niño se halla en un terreno más firme; sus percepciones vagas, inciertas y oscilantes, y sus tenues sentimientos empiezan a cobrar una forma nueva. Podemos decir que cristalizan en torno al nombre como un centro fijo, como un foco del pensamiento. Sin su ayuda cada avance realizado en el proceso de la objetivación correría el riesgo de perderse de nuevo en el próximo momento.
Los primeros nombres de que hace un uso consciente pueden ser comparados con un bastón con cuya ayuda un ciego se va abriendo camino. Un lenguaje, tomado en conjunto, se convierte en la puerta de entrada a un nuevo mundo. Todos los progresos en este terreno abren una nueva perspectiva y ensanchan y enriquecen nuestra experiencia concreta. La seriedad y entusiasmo por hablar no se origina en un mero deseo por aprender o usar nombres; marcan el deseo de detectar y conquistar un mundo objetivo.34
*
Cuando aprendemos un idioma extranjero podemos someternos a nosotros mismos a una experiencia semejante a la del niño; no basta con adquirir nuevo vocabulario o con familiarizamos con un sistema de reglas gramaticales abstractas. Todo esto es necesario, pero no más que el primero y menos importante de los pasos a realizar. Si no aprendemos a pensar en el nuevo lenguaje, todos nuestros esfuerzos serán estériles; en la mayoría de los casos nos resulta muy difícil conseguir este propósito.
Lingüistas y psicólogos han planteado a menudo la cuestión de cómo es posible que un niño realice por su propio esfuerzo una tarea que ningún adulto efectúa del mismo modo o tan bien. Acaso podamos contestar a esta cuestión escabrosa considerando de nuevo nuestro análisis anterior. En un estado ulterior y más avanzado de nuestra vida consciente nunca podemos repetir el proceso que nos condujo a la primera entrada en el mundo del habla humana. En la frescura, en la agilidad y elasticidad de la primera infancia este proceso tiene un sentido bien diferente.
Resulta bastante paradójico que la dificultad real consiste mucho menos en aprender el nuevo idioma que en olvidar el idioma anterior. No nos hallamos ya en la situación mental del niño que, por primera vez, se acerca a la captación del mundo objetivo. Para el adulto el mundo objetivo posee una forma definida, como resultado de la actividad del lenguaje que, en cierto sentido, ha modelado todas nuestras otras actividades. Nuestras percepciones, intuiciones y conceptos se han fundido con los términos y formas lingüísticas de nuestra lengua materna. Son menester grandes esfuerzos para romper el vínculo entre las palabras y las cosas; al aprender un nuevo idioma tenemos que realizar semejantes esfuerzos y separar los dos elementos.
La superación de esta dificultad señala siempre importante paso en el aprendizaje de una lengua; cuando penetramos en el espíritu de un idioma extranjero tenemos siempre la impresión de irnos acercando a un mundo nuevo, un mundo que posee una estructura intelectual propia. Es como un viaje de exploración en un país extraño, y la mayor ganancia de semejante viaje la representa que hayamos aprendido a mirar a nuestra lengua materna a una nueva luz. "Quien no conoce idiomas extranjeros tampoco conoce el suyo propio", decía Goethe. Mientras no conocemos idiomas extranjeros ignoramos, en cierto sentido, el nuestro, porque no alcanzamos a ver su estructura específica y sus rasgos distintivos. Una comparación entre diferentes idiomas nos indica que no existen sinónimos exactos; los términos correspondientes de dos idiomas mas rara vez se refieren a los mismos objetos o acciones, cubren diferentes campos que se cruzan y nos proporcionan visiones multicolores y perspectivas varias nuestra experiencia.
Esto se ve con especial claridad al considerar los métodos de clasificación empleados en lenguajes diferentes, especialmente si corresponden a tipos lingüísticos diversos. La clasificación es uno de los rasgos fundamentales del lenguaje humano. El acto de designación depende de un proceso de clasificación.
Dar nombre a un objeto o a una acción significa subsumirla bajo un cierto concepto de clase; si esta subsunción estuviera ya prescrita por la naturaleza de las cosas, sería única y uniforme. Los nombres que encontramos en el lenguaje humano no pueden ser interpretados de esta forma invariable, no están destinados a referirse a cosas sustanciales, entidades independientes que existen por sí mismas. Se hallan determinados, más bien, por los intereses y los propósitos humanos, que no son fijos e invariables.
Tampoco las clasificaciones que encontramos en el lenguaje humano se hacen al azar; se basan en ciertos elementos constantes y recurrentes de nuestra experiencia sensible. Sin semejantes recurrencias no tendríamos punto de apoyo para nuestros conceptos lingüísticos, pero la combinación o separación de los datos perceptivos depende de la elección libre de una trama e referencia.
No existe un esquema rígido y preestablecido con arreglo al cual tendrían que llevarse a cabo, de una vez por todas, nuestras divisiones y subdivisiones. Ni siquiera en lenguas muy afines y que concuerdan en su estructura general encontramos nombres idénticos. Como señala Humboldt, los términos griegos latinos para designar la luna, no expresan, aunque se refieren al mismo objeto, la misma intención o concepto. El término griego (men) denota la función de la luna para medir el tiempo; el término latino (luna, luc‑na) denota la luminosidad o brillantez de la vida. De este modo hemos aislado y concentrado nuestra atención en dos rasgos diferentes del objeto, pero el acto mismo, el proceso de concentración, es idéntico.
El nombre de un objeto no encierra pretensión sobre su naturaleza; no está destinado a ser, a ofrecernos la verdad de una cosa. La función de un nombre se limita siempre a subrayar un aspecto particular de una cosa y, precisamente, de esta restricción y limitación depende su valor. No es función de un nombrereferirse exhaustivamente a una situación concreta sino, simplemente, la de destacar un cierto aspecto y morar en él.
El aislamiento de este aspecto no es un acto negativo sino positivo, porque en el acto designativo escogemos de entre la multiplicidad y difusión de nuestros datos sensibles ciertos centros fijos de percepción y no son los mismos que en el pensamiento lógico o científico.
Los términos del lenguaje corriente no pueden ser medidos con el mismo rasero que aquellos con los que expresamos conceptos científicos. Comparadas con la terminología científica, las palabras del lenguaje común muestran siempre cierta vaguedad; casi sin excepción, son tan distintas y mal definidas que no resisten la prueba del análisis lógico. A pesar de esta deficiencia inevitable, inherente a los términos y nombres de uso diario, son las piedras miliares del camino que conduce a los conceptos científicos; en estos términos recibimos nuestra primera visión objetiva o teórica del mundo. Semejante visión no está simplemente dada sino que es el resultado de un esfuerzo intelectual constructivo que no podría conseguir su meta sin la asistencia constante del lenguaje.
Esta meta, sin embargo, no puede ser alcanzada en ningún tiempo. La ascensión a niveles más altos de abstracción, a nombres e ideas más generales y comprensivos, es una tarea difícil y laboriosa. El análisis del lenguaje nos provee de una riqueza de materiales para estudiar el carácter del proceso mental que conduce finalmente a la realización de esa tarea. El len­guaje humano progresa de una etapa primera, relativa­mente concreta, a una etapa más abstracta; nuestros primeros nombres son concretos, se adhieren a la apre­hensión de hechos o acciones particulares. Todas las sombras o matices que encontramos en nuestra expe­riencia concreta son descritos minuciosa y circunstan­cialmente, pero no son subsumidos bajo géneros comu­nes.
*
Hammer‑Purgstall ha enumerado en un ensayo los diversos nombres con que se designa al camello en árabe. Encontramos no menos que cinco o seis mil tér­minos y, sin embargo, ninguno de ellos nos proporciona un concepto biológico general. Todos ellos expresan detalles concretos que se refieren a la forma, el tamaño, el color, la edad y la manera de andar del animal.35  Estas divisiones se hallan muy lejos de cualquier cla­sificación científica o sistemática, pero sirven a propó­si      tos bien diferentes. En diversos lenguajes de tribus aborígenes americanas encontramos una abundancia sor­prendente de términos para una acción particular como, por ejemplo, pasear o golpear que guardan entre sí una relación de yuxtaposición más que de subordinación. Un golpe dado con el puño no puede ser descrito con el m  ismo término que el que se da con la palma de la mano, y un golpe con un arma requiere un nombre distinto que el golpe con un látigo o con un palo.36
En su descripción de la lengua bakairi ‑que se habla por una tribu india del centro del Brasil‑ Karl von den Steinen nos cuenta que cada especie de papagayo y de palmera posee su nombre particular, mientras que no existe nombre que exprese el género papagayo o palme­ra. "Los bakairi se apegan tanto a las numerosas nocio­nes particulares que no les interesan las características comunes. Están sorprendidos por la abundancia del material y no pueden manejarlo con economía. No po­seen más que moneda fraccionaria, pero en ella son más bien excesivamente ricos." (Unter den Naturölkern Zentral       ‑Brasiliens p.81.)
En realidad no existe una medida uniforme en lo que respecta a la riqueza o pobreza de un determinado lenguaje. Toda clasificación es dirigida y dictada por necesidades especiales, y es claro que estas necesidades varían de acuerdo con las diferentes condiciones de la vida social y cultural del hombre.
En la civilización primitiva prevalece necesariamente el interés por los aspectos concretos y particulares de las cosas, el lenguaje humano se conforma a esto y se acomoda a ciertas formas de la vida humana. Para una tribu india no es posible ni tampoco necesario un interés por los universales; le basta y le es más importante distinguir los objetos por ciertas características visibles y palpables. En algunos idiomas, una cosa redonda no puede ser tratada de la misma manera que una cosa cuadrada u oblonga, porque pertenecen a géneros diferentes, que son distinguidos valiéndose de medios lingüísticos especiales, por ejemplo, el uso de prefijos. En las lenguas de la familia bantú encontramos no menos de veinte especies de nombres genéricos. En las lenguas de las tribus aborígenes americanas como, por ejemplo, la de los algonquinos, algunos objetos per­tenecen al género animal, otros al género inanimado. También en este caso es fácil de comprender cómo y por qué esta distinción tiene que parecer, desde el punto de vista de la mente primitiva, de un interés particular y de una importancia vital. Se trata de una diferencia mucho más característica y llamativa que la que es expresada en nuestros nombres genéricos lógico‑abstractos.
Este mismo paso lento de los nombres concretos a los abstractos podemos observar en la designación de las cualidades de las cosas. En algunos lenguajes encontramos una abundancia de los nombres que designan colores; cada forma concreta de un color dado posee su nombre especial mientras que faltan nuestros términos generales, azul, verde, rojo, etc. Los nombres de los colores varían según la naturaleza de los objetos: una palabra para gris se puede usar, por ejemplo, al hablar de la lana y otra para los caballos, otra para el ganado y todavía otra cuando se habla del cabello de los hombres o de otros animales.37 Lo mismo se puede decir en cuanto a la categoría de los números: se requieren numerales diferentes según los refiramos a clases diferentes de objetos.38 La extensión a conceptos y categorías universales parece, pues, realizarse lentamente en el desarrollo del lenguaje humano; pero cada nuevo avance en esta dirección conduce a una visión más amplia, a una organización y orientación mejores de estro mundo perceptivo.
*
Notas:
(*) [Nota S.R.] Ernst Cassirer (Breslau, 1874 – Princeton, 1945). Filósofo alemán de origen judío. Fue profesor en las universidades de Berlín y Hamburgo. Con la llegada del nazismo tuvo que exiliarse primero en Suecia y luego en Estados Unidos, donde murió. Entre sus numerosas obras están: El problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia moderna (1906-20), Concepto de sustancia y concepto de función (1910), Libertad y forma (1917), Idea y forma (1921), Filosofía de las formas simbólicas (1923-19), Antropología filosófica (1945).
123
Del estudio de las ciencias modernas lo que más llamó la atención de Cassirer fue el de la transformación del dato sensible en símbolo numérico. Por otra parte,investigando los conceptos de sustancia y de función, descubrió cómo el simbolismo algebraico es la base de las ciencias. Fue precisamente ese concepto de función lo que le abrió el camino para una interpretación más amplia, no limitada a la física, de todas las actividades humanas como creadoras de símbolos.
Así surgió la filosofía de las formas simbólicas. Según él, las diversas realizaciones en las que se concretiza la cultura humana se fundan en una actividad simbólica que, alejándose cada vez más de la inmediatez del dato natural y sensible, conduce a la formación de esquemas autónomos. De esta forma, la filosofíatiende a configurarse no sólo como crítica del conocimiento sino también como crítica de la cultura, ya que tiene por objeto el conjunto de las creaciones del hombre. En este sentido, los monumentos y los documentos del pasado asumen, más allá de su mera existencia física, un significado que los anima.
De ahí la importancia que dio él mismo a las investigaciones historiográficas dedicadas a algunas etapas fundamentales en el desarrollo del pensamiento occidental, como el Renacimiento y la Ilustración. Por otro lado, la diferencia entre el animal y el hombre la pondrá precisamente en la capacidad de éste de crear símbolos. Elsímbolo es puramente formal, pero supera la exterioridad del dato sensible y libera al hombre de aquel dato. Por eso la unidad que reúne todas las actividades del hombre, más que en una hipotética substancia metafísica unitaria, hay que buscarla en la unidad funcional, que aúna las actividades simbólicas del hombre.
(Fuente: www.biografiasyvidas.com)
1. Véase supra, cap. VII, pp. 128‑34.
2. Véase C. K. 0gden e I. A. Richards, The Meaning of Meaning (1923, 5ªed., Nueva York, 1938).
3. Empédocles, Fragmento 335. Véase John Burnet, Early Greek Philosophy (Londres y Edimburgo, A. & C. Black, 1892), vol. II, p. 232.(Hay traducción española, México, 1944.)
4. Cf. A. F. Pott, Etymologische Forschungen aus dem Gebiete der indogermanischen Sprachen (1833 ss.).
5. Véase August Schleicher, Die Darwin'sche Theorie und die Sprachwissenschaft (Weimar, 1873).
6. Véanse los conceptos de W. Koehler y G. Révész expuestos supra, cap. III, pp. 52 s.
7. Esta teoría fue presentada por primera vez por Jespersen en su obra Progress in Language (Londres, 1894). Véase también su Language, Its Nature, Development and Origin (Londres y Nueva York, 1922), pp. 418 y 437 ss.
8. Alan H. Gardiner, The Theorie of Speech and Language (Oxford, 1932), pp. 118 s.
9. Hermann Paul, Prinzipien der Sprachgeschichte (Halle, 1880), cap. I.
10. Véase Humboldt, Gesammelte Schriften (Academia de Berlín), vol. VII, parte 1, Berlín (1836‑39). 
11.Humboldt, op. cit., pp.45 s. Para una exposición más detallada de la teoría de Humboldt, véanse, en mi obra Philosophie der symbolischen Formen, I, pp. 98 ss.
12. Véase, por ejemplo, Jespersen, The Philosophy of Grammar (Nueva York, Holt & Co., 1924), pp. 30 s.
13. Véase J. B. S. Haldane, The Causes of Evolution (Nueva York y Londres, 1932).
14. Véase Ferdinand de Saussure, conferencias publicadas póstumamente bajo el título: Cours de linguistique générale (1915; 2ª ed. París, 1922).
15. Über die Sprache und Weisheit der Inder (1808).
16. Este programa fue desarrollado, por ejemplo, por H. Osthoff y K. Brugmann en su Morphologische Untersuchungen (Leipzig, 1878).Para más detalles véase Bloomfield, op. cit., caps.I, XX, XXI.
17. Bröndal, "Structure et variabilité des systèmes morphologiques", Scientia (agosto, 1935), p. 119. Para una exposición detallada de los problemas y métodos de la estructuración lingüística moderna, véanse los artículos publicados en Travaux du Cercle Linguistique de Prague (1929 y ss.); especialmente, H. F. Pos, "Perspectives du structuralisme", Travaux (1929), pp. 71 ss. Una visión general de la historia del estructuralismo en Roman Jakobson, "La Scuola Linguistica di Praga", La cultura(año XII), pp. 633 ss.
18. Entre las lenguas de la familia indocuropea, la sueca es, según se me alcanza, la única en la que la intensidad de un sonido o el acento tiene una función semántica definitiva. En algunas palabras suecas el sentido puede cambiar por completo, según se acentúen agudas o graves.
19. Para detalles véase Bloomfield, op. cit., especialmente caps. V y VI
20. Sapir, El lenguaje, p. 234. Sobre la diferencia entre "fonética" y "fonología" véase Trubetzkoy, "La phonologie actuelle" en Journal de Psychologie. (París, 1933); vol. XXX. Según Trubetzkoy, la tarea de la fonética consiste en estudiar los factores materiales del sonido del habla humana, las vibraciones del aire, todo lo correspondiente a los sonidos que producen los movimientos del que habla. La fonología, en vez de estudiar el sonido físico, estudia los "fonemas", es decir, los elementos constitutivos del sentido lingüístico. Desde el punto de vista de la fonología, el sonido es únicamente el "símbolo material del fonema". El fonema mismo es "inmaterial", quiere decirse, que no es descriptible en términos físicos o fisiológicos.
21. El párrafo siguiente está basado en mi artículo, "The Influence of Language upon the Development of Scientific Thought" Journal of Philosophy, XXXIXNº 12 (junio, 1942), 309-27.
22. Véase F. Brunot, La Pensée et la langue (París, 1922),
23. Para más detalles véase Bloomfield, op. cit., pp. 6 s., y Sapir, op. cit., pp. 138 ss.
24. Véase, por ejemplo, Vendryés, Le langage (París, 1922), p. 193.
25. Véase Hjelinstev, Principes de grammaire générale; Copenhague, 1928. Bröndal, Ordklassarne. Résumé: Les pares du discours, partes orationis, Copenhague, 1928.
26. Sapir, op. cit., pp. 124 ss.
27. Véase B. Karlgren, "Le Proto‑Chinois, langue flexionelle" Journal asiatique (1902).
28. Para más detalles véase C. Mainhof, Grundzüge einer vergleichenden Grammatik der Bantu‑Sprachen (Berlín, 1906).
29. Véase cap. VII, pp. 110 s.
30. Véase, por ejemplo, Leibniz, Nouveaux essais sur l'entendement humain. lib. III, cap. II
31. Véase cap. III, pp. 59‑65.
32. Véase cap. III, pp. 60 ss.
33. Véase, por ejemplo, Clara y William Stern, Die Kindersprache (Leipzig, 1907), pp. 175 ss.
34. Para un examen más detallado de este problema véase Cassirer, "Le langage et la construction du monde des objets", Journal de psychologie, XXXe année(1933), pp. 84‑94.
35. Véase Hammer‑Purgstall, Academy of Vienna, Philoso­phicalhistorical class, vols. VI y VII (1885 y s.).
36. Para más detalles véase Philosophie der symbolischen Formen, I, 257 ss.
37. Véanse los ejemplos que presenta Jespersen en Language, p. 429.
38. Para más detalles véase Philosophie der symbolischen Formen, I, p. 188.
www.con-versiones.com

2 comentarios:

  1. Expresa Gide;"es necesario salir siempre de no importa donde".Sólo que,precisamente,no se puede salir del destino que obra en el mito.Se refiere a un "ya está escrito y aunque no lo sepas,no puedes más que deletrear ese texto que eres tú mismo.Lacan decía que el sujeto del inconsciente no es un poeta sino un poema que se lee.Y en sus vueltas sobre el tema del mito siempre le adjudicó una estructura de tipo lingúistico.J.A.Miller "Trabajo de Lacan sobre el mito"

    ResponderEliminar
  2. La cuna mítica de origen de los Bakairi –la catarata de Sawâpa- se sitúa bajo la confluencia del río Verde y el Paranatinga. Debido a los conflictos internos y a las presiones de los pueblos indígenas enemigos, fundamentalmente de los Kayabí, los Bakairi migraron hacia tres direcciones diferentes. Una parte de ellos se trasladó hacia la cabecera del río Arinos; esa población fue la primera en ser alcanzada por las bandeiras (expediciones blancas), durante las primeras décadas del sigo XVIII siendo, desde esa época, asimilados a las actividades mineras. Otra porción de trasladó hacia el sector superior del río Paranatinga y fue rodeada por los colonizadores dedicados a la cría de ganado, a la agricultura y a las actividades subsidiarias a las mismas durante las primeras décadas del siglo XIX. El tercer grupo, de hecho el más numeroso, se dirigió al curso superior del río Xingu perdiendo contacto con los grupos anteriormente mencionados. Los dos primeros grupos Bakairi comenzaron a ser conocidos como “mansos” o “independientes”. Posteriormente, Karl von den Steinen los denominaría “occidentales”, reservando el calificativo de “orientales a aquellos del Alto Xingu.

    A partir de 1847, los Bakairi de Arinos, también denominados de Santana, comenzaron a frecuentar, junto a los de del Paranatinga superior, la Dirección General de Indios, en la ciudad de Cuiabá procurando regalos o presentes. Posteriormente se involucraron en las actividades extractivas del caucho, inclusive en sus propias tierras, trabajando para los extractores blancos quienes las ocuparon. Se les prohibió hablar en su lengua, entre otras violencias practicadas contra ellos. Algunas porciones de esos Bakairi migraron hacia Paranatinga en las décadas del 20’ y del 60’. De ese lugar fueron expulsados por los funcionarios del órgano tutor, quienes alegaban, así como los seringalistas o caucheros (explotadores del caucho), que los indios robaban ganado. La creación del Puesto Indígena Santana, en 1965, no alteró ese panorama. El S.I.L., a partir de ese momento, se hizo presente en el lugar, en forma intermitente, así como los misioneros jesuitas. Años después, los mismos Bakairi expulsaron a los invasores de Santana. Recién en 1975 se fundó una escuela.

    bakairi_4
    Los Bakairi de Paranatinga fueron guías, constructores de canoas e interpretes en las expediciones de Steinen –realizadas en 1884 y 1887- y en las otras que se sucedieron. A través de las mismas se restablecieron las relaciones entre los Bakairi orientales y occidentales, en la terminología de Steinen. Antes, los Bakairi del alto Xingu y los demás pueblos que allí vivían eran desconocidos para los blancos.

    En 1920 se creó el Puesto Indígena y se demarcó la Tierra Indígena Bakairi, dejando fuera de sus límites al grupo de Antoninho, famoso guía de Steinen. El objetivo era atraer allí a todos los indígenas del alto Xingu y así conquistar las tierras y la mano de obra para la colonización. Pero solamente los Bakairi se trasladaron definitivamente hacia Paranatinga y, luego de tres años, no se registró más su presencia en el alto Xingu. Reducidos en número de habitantes por un dramático descenso demográfico, los que fueron transferidos se reorganizaron en varios grupos en los márgenes del río Paranatinga y fueron sometidos al trabajo compulsivo por los agentes del órgano tutor. Los demás indígenas del alto Xingu visitaban el Puesto buscando “presentes”.

    bakairi_5
    Durante ese período de pérdida territorial y descenso poblacional, comenzaron a actuar entre ellos algunos misioneros de la South American Indian Mission, que sólo se retiraron en la década del 60’, al ser presionados por los Bakairi. En 1922 se fundó la escuela. Veinte años después, los diferentes grupos locales fueron aglutinados en una única “aldea”, al lado del Puesto, puesto que la movilidad y la dispersión, esenciales para su universo de sociabilidad, fueron considerados un estorbo para su educación y para la prestación de los servicios de salud.
    .pib.socioambiental.org

    ResponderEliminar