miércoles, 13 de abril de 2011

EL LENGUAJE-ERNST CASSIRER-PARTE 1

El lenguaje
Ernst Cassirer (*) 

El texto que sigue nos provee de interesantísima información acerca del estado en le que estaban las investigaciones acerca del lenguaje por los años ’40 (del siglo XX) y es por eso que lo elegimos para incluirlo en nuestro núcleo sobre Lo simbólico. Distintos autores y problemas se suceden en las explicitaciones del autor y quizás alguna de éllas nos lancen a redescubrirlos, a los autores y a sus problemas. Una última observación: cada vez que leámos ‘mente primitiva’ o ‘primitivos’ pensemos nada más que es algo que nos sigue perteneciendo aunque nos hallemos en otros tiempos. Se trata meramente de configuraciones simbólicas que producen o nos producen de distintas maneras pero las posibilidades siguen vigentes; podemos ser tan ‘primitivos’ como aquéllos a los que denominamos así. Meras posibilidades ‘humanas’ (o inhumanas, que también están incluidas en la primera).  
Sergio Rocchietti
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El lenguaje y el mito son especies próximas. En las etapas primeras de la cultura humana su relación es tan estrecha y su cooperación tan patente que resulta casi imposible separar uno de otro. Son dos brotes diferentes de una misma raíz. Siempre que tropezamos con el hombre lo encontramos en posesión de la facul­tad del lenguaje y bajo la influencia de la función mitopoyética. De aquí que para una filosofía antropológica resulte tentador reducir a un mismo denomina­dor estas dos características específicamente humanas. Muchas veces se han hecho intentos en esta dirección. F. Max Müller desarrolló una curiosa teoría según la cual el mito se explicaba como un producto accesorio del lenguaje. Consideraba el mito como una especie de enfermedad de la mente humana, cuyas causas había que buscar en la facultad del lenguaje. El lenguaje es, por naturaleza y esencia, metafórico; incapaz de describir las cosas directamente, apela a modos indirectos de descripción, a términos ambiguos y equívocos. A esta ambigüedad, inherente al lenguaje, debe su origen, según Max Müller, el mito, y en ella ha encontrado siempre su alimento espiritual.
La cuestión de la mitología ‑dice Müller‑ ha resultado, de hecho, una cuestión de psicología, y como nuestra psique se hace objetiva para nosotros principalmente a través del lenguaje, se ha convertido, en definitiva, en una cuestión de la ciencia del lenguaje. He aquí por qué... califiqué yo al mito de enfermedad del lenguaje mejor que del pensamiento... Uno y otro son inseparables y... una enfermedad del lenguaje es, por consiguiente, lo mismo que una enfermedad del pensamiento... Representarse al dios supremo cometiendo toda clase de crímenes, siendo engañado por los hombres, encolerizado con su mujer y violento con sus hijos es, ciertamente, prueba de una enfermedad, de una condición inaudita del pensamiento o, para hablar más claramente, de verdadera locura... Es el caso de patología mitológica...
El lenguaje arcaico es un instrumento difícil de manejar, especialmente por lo que se refiere a fines religiosos. Es imposible expresar ideas abstractas en el lenguaje humano si no es valiéndose de metáforas, y no exageramos al decir que todo el diccionario de la religión antigua está compuesto de metáfora... Aquí tenemos una fuente constante de malas interpretaciones, muchas de las cuales han conservado su lugar en la religión y en la mitología del mundo antiguo. (Contributions to the Science of Mythology, Londres, Longmans, Green & Co., 1897, 1, 68 s. y Lectures on the Science of Religion, Nueva York, Charles Scribner's Sons, 1893, pp. 118 ss.)
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No creemos que pueda pretender la categoría de interpretación adecuada el considerar una actividad humana fundamental como una mera monstruosidad, como una especie de enfermedad mental. No tenemos necesidad de teorías tan extrañas para ver que en la mente primitiva el mito y el lenguaje constituyen, como si dijéramos, dos hermanos gemelos. Ambos se hallan basados en una experiencia muy general y primitiva de la humanidad, de naturaleza más bien social que física. Mucho antes que un niño aprenda a hablar ha descubierto medios más simples para comunicarse con otras personas; los gritos de desagrado, de dolor y de hambre, de temor, que encontramos a través de todo el mundo orgánico, comienzan a adoptar una forma nueva, ya no son simples reacciones instintivas, puesto que se emplean en una forma más consciente y deliberada. Cuando se le deja solo, el niño reclama, por sonidos más o menos articulados, la presencia de su nodriza o de su madre, y se da cuenta de que estas demandas obtienen el resultado apetecido; el hombre, primitivo transfiere esta primera experiencia social elemental a la totalidad de la naturaleza. Para él, la naturaleza y la sociedad no sólo se hallan trabadas por los vínculos­ más estrechos sino que constituyen, en realidad, un todo coherente e inextricable, no hay ninguna línea de demarcación que separe nítidamente los dos campos.
La naturaleza misma no es sino una gran sociedad, la sociedad de la vida. Desde este punto de vista podemos comprender fácilmente el uso y la función específica de la palabra mágica. La creencia en la magia se basa en una convicción profunda de la solidaridad de la vida.1
Para la mente primitiva el poder social de la pa­labra experimentado en innumerables casos se convier­te en una fuerza natural y hasta sobrenatural. El hombre primitivo se siente a sí mismo rodeado por toda suerte de peligros visibles e invisibles, que no espera vencer por meros medios físicos. Para él, el mundo no es una cosa muerta o muda; puede oír y comprender. Por lo tanto, si los poderes de la naturaleza son invocados de modo debido, no podrán rehusar su ayuda. Nada resiste a la palabra mágicacarmina vel coelo possunt deducere lunam.
Cuando él hombre empezó a darse cuenta de que esta confianza era, vana y que la naturaleza era inexorable, no a causa de que se negara a cumplir con sus demandas sino porque no entendía su lenguaje, el descubrimiento debió de producirle el efec­to de un choque traumático. En tal momento tuvo que enfrentarse con un problema que significaba un viraje y una crisis en su vida intelectual y moral. A partir de este momento el hombre debió de encontrarse en un aislamiento profundo, sujeto a sentimientos de extrema soledad y de desesperación absoluta. Difícilmente los hubiera superado de no haber desarrollado, una nueva fuerza espiritual que bloqueó el camino de la magia pero que, al mismo tiempo, abrió otro más prometedor. Se frustraron las esperanzas de someter a la naturaleza con la palabra mágica, pero el resultado fue que el hombre comenzó a ver la relación entre el lenguaje y la realidad a una luz diferente. La función mágica de la palabra se eclipsó, y fue reemplazada por su función semántica.Ya no está dotada de poderes misteriosos; ya no ejerce una influencia física o sobrenatural inmediata. No puede cambiar la naturaleza de las cosas ni compeler la voluntad de los dioses o de los demonios; sin embargo, no deja de tener sentido ni carece de poder. No es simplemente un flatus vocis, un mero hálito; pero su rasgo decisivo no radica en su carácter físico sino en el lógico. Se puede decir que físicamente la palabra es impotente pero lógicamente se eleva a un nivel más alto, al superior; el logos se convierte en el principio del universo y, en el primer principio del conocimiento humano.
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Esta transición tuvo lugar en la primitiva filosofía griega. Heráclito forma parte todavía de esa clase de pens­ adores griegos que en la Metafísica de Aristóteles son mencionados como los antiguos fisiólogos. Todo su interés se halla concentrado en el mundo de los fenómenos; no admite que por encima del mundo fenoménico, el mundo del devenir, exis­ta una esfera superior, un orden ideal o eterno de puro ser. Sin embargo, no se contenta con el mero hecho del cambio; puesto que busca los principios del mundo.Según Heráclito, no hay que buscarlo en una cosa ma­terial; no es el mundo material sino el humano la clave para una interpretación, correcta del orden cósmico.
En este mundo humano la facultad de la palabra ocupa un lugar central; por lo tanto, tenemos que comprender lo que significa el habla para comprender el sentido del universo. Si no abordamos así el problema, es decir, por medio del lenguaje mejor que por los fenómenos físicos, erramos el camino de la filosofía. En el pensamiento de Heráclito la palabra, el logos, no es únicamente un fenómeno antropológico, no se halla confinado dentro de los estrechos límites del mundo humano puesto que posee una verdad cósmica universal; pero en lugar de ser un poder mágico, la palabra es entendida en su función semántica y simbólica. "No me escuchéis a mí ‑escribe Heráclito‑, sino a la palabra, y confesad que todas las cosas son una."
El primitivo pensamiento griego pasó así de una filosofía de la naturaleza a una filosofía del lenguaje, pero tropezó con nuevas y graves dificultades. Acaso no existe problema tan confuso y controvertido como el "sentido del sentido".2 En nuestros mismos días los lingüistas, los psicólogos y los filósofos sostienen puntos de vista muy dispares sobre la materia. La filosofía antigua no podía acertar directamente con este intrincado problema en todos sus aspectos sino ofrecer un intento de solución, basada en un principio que el primitivo pensamiento griego aceptó generalmente y que parecía firmemente establecido.
Las diversas escuelas, tanto la de las fisiólogos como la de los dialécticos, partían del supuesto de que sin una identidad entre el sujeto cognoscente y la realidad conocida no se podría aplicar el hecho del conocimiento. El idealismo y el realismo, aunque diferían en la aplicación de este principio, concordaban al reconocerlo como verdadero. Declara Parménides que no podemos separar el ser y el pensar porque son una misma cosa. Los filósofos de la naturaleza interpretaban esta identidad en un sentido estrictamente material. Si analizamos la naturaleza del hombre encontramos la misma combinación de elementos que tiene lugar en cualquier parte del mundo físico. Siendo el microcosmos una réplica exacta del macrocosmos, permite el conocimiento de este último. "Porque es con la tierra ‑dice Empédocles‑, como vemos la tierra, y agua con agua; con el aire vemos el brillante aire y con fuego el fuego destructor. Con el amor vemos el amor y el odio con el dañino odio." 3
Una vez aceptada esta teoría general ¿cuál es el "sentido del sentido"? Primera y principalmente debe ser explicado en términos del ser, porque el ser o la sustancia es la categoría más universal que ata y vincula entre sí verdad y realidad. Una palabra no podría significar una cosa si no hubiera, por lo menos, una identidad parcial entre las dos; la conexión entre el símbolo y su objeto debe ser natural y no meramente convencional. Sin semejante nexo una palabra del humano lenguaje no podría cumplir su misión, resultaría ininteligible. Si admitimos este supuesto, que tiene su origen en una teoría general del conocimiento más bien que en una teoría del lenguaje, nos enfrentamos inmediatamente con la teoría onomatopéyica que sería la única capaz de cubrir el hiato entre los nombres y las cosas.
Por otra parte, este puente parece quebrantarse al primer intento de hacer uso de él. Para Platón, bastaba con desarrollar esta tesis de la onomatopeya en todas sus consecuencias para refutarla. En el diálogo platónico Cratilo, Sócrates acepta la tesis a su manera irónica, pero su aprobación tiende a destruirla por el absurdo que le es inherente. La exposición que hace de la teoría de que todo lenguaje se origina por la imitación de los sonidos desemboca en una verdadera caricatura. Sin embargo, la tesis prevaleció durante varias centurias. Ni siquiera ha desaparecido por completo en la bibliografía actual sobre la materia, aunque ya no se presenta en la forma ingenua con que aparece en el Cratilo.
La objeción obvia a esta tesis es el hecho de que si analizamos las palabras del lenguaje común nos es absolutamente imposible descubrir, en la mayoría de los casos, la pretendida semejanza entre los sonidos y los objetos. Esta dificultad podría vencerse pensando que el lenguaje humano se ha visto sometido desde un principio al cambio y a la degeneración; no podemos contentarnos, por lo tanto, con su estado actual. Debemos reconducir los términos a sus orígenes si queremos detectar el vínculo que los une a sus objetos y pasar de las palabras derivadas a las primarias; descubrir el etymonla forma verdadera y original de cada término.
A tenor de ese principio la etimología se convirtió, no ya en el centro de la lingüística, sino también en una de las claves de la filosofía del lenguaje. Las primeras etimologías establecidas por los gramáticos y filósofos griegos no fueron menoscabadas por escrúpulos teóricos o históricos.
Antes de la primera mitad del siglo XIX no existe una etimología basada en principios científicos;4 hasta esa fecha, todo era posible, y se admitían de verdad las explicaciones más fantásticas y extravagantes. Junto a las etimologías positivas tenemos las famosas etimologías negativas del tipo lucus a non lucendo. Mientras se mantuvo este esquema, la teoría de una relación natural entre los nombres y las cosas parecía defendible y justificable filosóficamente.
También otras consideraciones generales militaban desde un principio en su contra. Los sofistas griegos eran, en cierto sentido, discípulos de Heráclito. En elTeetetes Platón llega a decir que la teoría del conocimiento mantenida por los sofistas no tenía ninguna originalidad, no era más que producto y corolario de la doctrina de Heráclito sobre el fluir de todas las cosas; sin embargo, existía una diferencia radical entre Heráclito y los sofistas.
Para el primero el verbo, el logos, constituía un principio metafísico universal, poseía verdad general, validez objetiva. Pero los sofistas no admitían ya esa palabra divina que, según Heráclito, sería el origen y principio primero de todas las cosas, del orden cósmico y moral.
La antropología y no la metafísica, desempeña ahora el papel principal en la teoría del lenguaje. El hombre se ha convertido en el centro del universo.Según el dicho de Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son. Resulta, por lo tanto, vano y ocioso buscar una explicación del lenguaje en el mundo de las cosas físicas.
Los sofistas han encontrado una manera mucho más simple y nueva de abordar el lenguaje humano. Fueron los primeros en tratar los problemas lingüísticos y gramaticales de un modo sistemático; sin embargo, no se hallaban interesados en estos problemas en un sentido puramente teórico.
Una teoría del lenguaje tiene que cumplir con otras tareas más urgentes, enseñar cómo debemos hablar y obrar en nuestro mundo social y político presente.
En la vida ateniense del siglo V el lenguaje se ha convertido en un instrumento para propósitos definidos, concretos, prácticos; constituía el arma más poderosa en las grandes pugnas políticas. Nadie podía esperar desempeñar un papel capital sin poseer este instrumento. Revestía una importancia vital emplearlo de manera adecuada y mejorarlo y aguzarlo constantemente. A este fin los sofistas crearon una nueva rama del conocimiento, la retórica, que fue su ocupación principal y no la gramática o la etimología. 
En su definición de la sabiduría (sophia) la retórica ocupa una posición central. Todas las disputas acerca de la "verdad" o "corrección" de los términos y de los nombres resultaron fútiles y superfluas. Los hombres no tratan de expresar la naturaleza de las cosas, no poseen correlatos objetivos, su misión real no consiste en describir cosas sino en despertar emociones humanas; no están destinadas a llevar meras ideas o pensamientos sino a inducir a los hombres a ciertas acciones.
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De este modo hemos llegado a una concepción triple de la función y del valor del lenguaje: la mítica, la metafísica y la pragmática. Pero todas estas explicaciones parecen marrar el golpe, pues no se dan cuenta de uno de los rasgos más conspicuos del lenguaje. Las expresiones humanas elementales no se refieren a cosas físicas ni tampoco son signos puramente arbitrarlos. La alternativa no se aplica a ellas. Son naturales y no artificiales, pero no guardan relación con la naturaleza de los objetos externos. No dependen de la mera convención, de la costumbre o del hábito, pues se hallan arraigadas con mucha mayor profundidad; son expresiones involuntarias de sentimientos humanos, interjecciones y gritos. No es un accidente que esta teoría interjectiva la introdujera un científico de la naturaleza, el mayor entre los pensado­res griegos. Demócrito fue el primero en proponer la tesis de que el lenguaje humano se origina en ciertos sonidos de un carácter meramente emotivo. La misma tesis   fue sostenida por Epiceno y Lucrecio, que se apo­yaron en la autoridad de Demócrito, y ha ejercido una influencia permanente en la teoría del lenguaje; toda­vía en el siglo XVIII aparece casi con la misma forma en pensadores como Vico y Rousseau.
Es fácil com­prender, desde el punto de vista científico, las grandes ventajas de esta tesis interjectiva; ya no necesitamos apoyarnos en la pura especulación, hemos descubierto ciertos hechos comprobables que no están limitados al ámbito humano. El lenguaje humano se puede reducir a un instinto fundamental implantado por la naturaleza en todos los seres vivos; gritos violentos, de temor, de rabia, de dolor o de alegría, no son propiedad específica del hombre, los encontramos por doquier en el mundo animal. Nada, pues, parecía más plausible que el reducir el hecho social del lenguaje a causas biológicas generales. Si aceptamos la tesis de Demócrito y de sus discípulos y continuadores, la semántica deja de ser una provincia separada y se convierte en una rama de la biología y de la fisiología.
Sin embargo, la teoría interjectiva no pudo alcanzar madurez hasta que la biología misma no encontró una nueva base científica. No bastaba conectar el lenguaje humano con ciertos hechos biológicos, había que fundar la conexión en un principio universal. Este principio era suministrado por la teoría de la evolución. Cuandoapareció el libro de Darwin fue saludado con el mayor entusiasmo no sólo por los científicos y los filósofos sino también por los lingüistas, August Schleicher, cuyas primeras obras nos lo muestran como un adepto de Hegel, se convirtió al darwinismo.5
Darwin mismo ha tratado esta materia estrictamente desde el punto de vista de un naturalista, pero su método general era fácilmente aplicable a los fenómenoslingüísticos y precisamente en este campo parecía abrir una vía inexplorada. En La expresión de las emociones en el hombre y los animales ha mostrado que los sonidos o los actos expresivos se hallan dictados por ciertas necesidades biológicas y que se emplean de acuerdo con leyes biológicas definidas. Abordado desde este ángulo, el viejo enigma del origen del lenguaje puede ser tratado de un modo estrictamente empírico y científico. El lenguaje humano cesó de ser un "Estado dentro del Estado" y se convirtió en un don natural general.
Quedaba, sin embargo, una dificultad fundamental. Los creadores de las teorías biológicas acerca del origen del lenguaje no vieron el bosque a causa de los árboles. Partieron del supuesto de que una línea directa nos conduce desde la interjección al lenguaje, pero esto es una petición de principio, no una solución, porque lo que había que explicar no era el mero hecho del lenguaje humano sino su estructura. Un análisis de esta estructura revela una diferencia radical entre el lenguaje emotivo y el proposicional; no se hallan al mismo nivel. Aunque fuera posible conectarlos genéticamente, el paso de un tipo al tipo opuesto será siempre, lógicamente, una metabasis eis allo genos, un pasar de un género a otro. Me parece que ninguna teoría biológica logró cancelar jamás esta distinción lógica estructural; no poseemos ninguna prueba psíquica de que ningún animal traspasara jamás la frontera que separa el lenguaje proposicional del emotivo. El llamado lenguaje animal es siempre enteramente subjetivo; expresa diversos estados del sentimiento, pero no designa o describe objetos.6Por otra parte, no existe prueba histórica de que el hombre, ni en las etapas más bajas de su cultura, estuviera nunca reducido a un lenguaje meramente emotivo o a un lenguaje mímico. Si pretendemos seguir un método estrictamente empírico, habremos de excluir una presunción semejante, que, si no es totalmente improbable, resulta, por lo menos, dudosa e hipotética.
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En realidad, un examen más atento de estas teorías nos conduce siempre a un punto en el cual resulta discutible el principio real en que descansan.Después de caminar un poco con su argumento, los defensores se ven obligados a reconocer y subrayar la misma diferencia que, a primera vista, parecían negar o, por lo menos, reducir al mínimo. Para ilustrar este hecho voy a es tomar dos ejemplos concretos, el primero recogido de la bibliografía lingüística, el segundo de la psicológica y filosófica. Otto Jespersen fue, acaso, el último lingüista moderno que conservó un vivo interés por el viejo problema del origen del lenguaje. No negaba que todas las soluciones anteriores fueran inadecuadas y estaba convencido de que había descubierto un nuevo método que prometía mayores éxitos.
El método que yo recomiendo ‑nos dice Jes­persen‑ y que soy el primero en emplear de modo consecuente, consiste en reconducir nuestros lenguajes modernos tan atrás en el tiempo como nos lo permitan la historia y los materiales a nuestra disposición... Si con este procedimiento llegamos, finalmente, a sonidos expresivos de tales características que no puedan denominarse ya lenguaje sino algo previo, entonces el problema estará resuelto, pues la transformación es algo que podemos comprender, mientras que el entendimiento humano jamás puede comprender una creación de la nada.
Según esta teoría, la transformación tuvo lugar cuan­do las expresiones humanas, que al principio no fueron más que gritos emotivos o acaso frases musicales, se emplearon como nombres. Lo que originalmente no era sino un caos de sonidos desprovisto de sentido se convirtió de este modo, súbitamente, en el instrumento del pensamiento. Por ejemplo, una combinación de so­nidos entonados con cierta melodía y empleados en un canto de triunfo contra el enemigo derribado, pudo cambiarse en un nombre propio para este acontecimiento peculiar o para el hombre que derribó al enemigo, y el desenvolvimiento pudo proseguir mediante una transferencia metafórica de la expresión a situaciones similares.7 Esta transferencia metafórica es la que, precisamente, contiene todo nuestro problema como en una avellana; quiere decir que las expresiones sonoras, que hasta entonces habían sido meras exclamaciones, descargas involuntarias de emociones fuertes, estaban cumpliendo una misión completamente nueva. Se empleaban ahora como símbolos con un sentido definido.
El mismo Jespersen cita una observación de Benfey acerca de que entre la interjección y la palabra existe un hiato lo bastante amplio como para que podamos decir que la primera es la negación del lenguaje, pues se la emplea únicamente cuando uno no puede hablar o no quiere. Según Jespersen, "el lenguaje surgió cuando la comunicación prevaleció sobre la exclamación". Este paso, sin embargo, no se halla explicado por él sino que está presupuesto por su teoría.
La misma crítica podemos hacer a la tesis desarrollada en el libro Speech. Its Function and Development, de Grace de Laguna, pues contiene una exposición mucho más detallada y elaborada del problema. Están eliminados los conceptos, más bien fantásticos, que encontramos a veces en el libro de Jespersen.
La transición del grito al habla se describe como un proceso de objetivación gradual. Las cualidades afectivas primitivas que se adhieren como un todo a la situación se diversifican y, al mismo tiempo, se distinguen de los rasgos percibidos de la situación, " ... emergen objetos que son conocidos más bien que sentidos... Al mismo tiempo, esta condicionalidad en aumento cobra forma sistemática... Finalmente... aparece el orden objetivo de la realidad y el mundo es verdaderamente conocido"(pp. 260 ss.).
Esta objetivación y sistematización representa la tarea principal y más significativa del lenguaje humano, pero no alcanzo a ver cómo una teoría exclusivamente interjectiva puede ofrecer una explicación de este paso decisivo. En la explicación que nos ofrece el profesor De Laguna no se ha llenado el hiato entre interjecciones y nombres sino que, por el contrario, se mantiene con mayor vigor.
Es un hecho notable que aquellos autores que, hablando de un modo general, propendían a creer que el lenguaje se ha desarrollado a partir de una etapa de meras interjecciones, se han visto conducidos a la conclusión de que, después de todo, la diferencia entre interjecciones y nombres es mucho mayor y mucho más patente que su supuesta identidad. Así, por ejemplo, Gardiner comienza diciendo que entre el lenguaje del hombre y el de los animales existe una homogeneidad esencial, pero, al desarrollar su teoría, tiene que reconocer que entre la expresión de los animales y el habla humana existe una diferencia tan vital que puede eclipsar casi en absoluto la homogeneidad 8.La aparente semejanza no es, de hecho, más que una conexión material que, lejos de excluir la heterogeneidad funcional o formal, la acentúa.


2.
La cuestión sobre el origen del lenguaje ha ejercido en todos los tiempos una fascinación extraña en la mente humana. A los primeros chispazos de su intelecto el hombre comenzó a asombrarse de este problema.
Diversos relatos míticos nos instruyen acerca de cómo aprendió a hablar de Dios mismo o con la ayuda de un pedagogo divino. Si aceptamos las primeras premisas del pensamiento mítico, es fácil comprender este interés por el origen del lenguaje. El mito no conoce otro modo de explicación que el de remontarse al pasado remoto y derivar el estado actual del mundo físico y humano de la etapa primigenia de las cosas.
Resulta algo paradójico y sorprendente encontrar que la misma tendencia prevalece en el pensamiento filosófico: du­rante varios siglos la cuestión sistemática fue eclipsada por la genética. Se pensaba como cosa obvia que, de resolverse la cuestión genética, todos los demás proble­mas encontrarían también solución. Desde un punto de vista episternológico general, se trataba de una suposi­ción gratuita.
La teoría del conocimiento nos ha ense­ñado a trazar una línea neta de separación entre los problemas genéticos y los sistemáticos; la confusión de ambas clases es despistadora y peligrosa.
¿Cómo es posible que esta máxima metodológica, que en otras ramas del conocimiento aparecía como firmemente esta­blecida, se olvidara al tratar los problemas del lengua­je? Es cierto que habría de revestir un interés e impor­tancia considerables la posesión de la prueba histórica referente al lenguaje, el que fuéramos capaces de re­solver la cuestión de si todas las lenguas el mundo deri­van de un tronco común o de raíces diferentes e in­dependientes, y el que nos fuera posible trazar paso a paso el desarrollo de los diversos idiomas y tipos lin­güísticos. Mas esto no sería suficiente para resolver los problemas fundamentales de una filosofía del len­guaje.
En filosofía no podemos darnos por satisfechos con el mero fluir de las cosas y con la cronología de los hechos. Tenemos que aceptar, en cierto sentido, la definición platónica según la cual el conocimiento filosófico es un conocimiento del ser y no del puro deve­nir. Cierto que el lenguaje no posee un ser fuera y más allá del tiempo; no pertenece al reino de las ideas eternas. El cambio ‑cambio fonético, analógico, semán­tico‑ constituye un elemento esencial del lenguaje.
Sin embargo, no basta el estudio de todos estos fenó­menos para que podamos comprender la función general del lenguaje. En lo que respecta al análisis de cualquier forma simbólica dependemos de los datos históricos. La cuestión acerca de qué sean el mito, la religión, el arte o el lenguaje no puede ser resuelta de un modo puramente abstracto, por una definición lógi­ca. Pero por otra parte, al estudiar la religión, el arte o el lenguaje tropezamos siempre conproblemas estructurales generales que corresponden a un tipo diferente de conocimiento. Estos problemas deben ser tratados por separado; no pueden considerarse ni resolverse mediante investigaciones puramente históricas.
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En el siglo XIX era una opinión corriente y generalmente admitida que la historia representa la única clave para el estudio científico del habla humana. Las grandes aportaciones de la lingüística procedían de eruditos cuyo interés histórico prevalecía de tal suerte que parecía sofocar cualquier otra tendencia del pensamiento.Jacob Grimm estableció las primeras bases para una gramática comparada de los idiomas germánicos. La gramática comparada de las lenguas indoeuropeas fue inaugurada por Bopp Pott y perfeccionada por A. Schleicher, Charles Brugman B. Delbruck.
El primero en promover la cuestión de los principios de la historia lingüística fue Hermann Paul, quien se daba perfecta cuenta del hecho de que la mera indagación, histórica no podía resolver todos los problemas del lenguaje humano. Insistía en que el conocimiento histórico necesitaba siempre un complemento sistemático. A cada rama del conocimiento histórico, decía, corresponde una ciencia que trata de las condiciones generales bajo las cuales se desarrollan los objetos históricos y que investiga aquellos factores que permanecen invariables a través de todos los cambios de los fenómenos humanos.9
El siglo XIX no fue sólo un siglo histórico sino también psicológico. Era, por lo tanto, natural, y hasta parecía evidente, suponer que había que buscar los principios de la historia de las lenguas en el campo de la psicología. Constituían los dos pilares de los estudios lingüísticos.
Paul y la mayoría de sus coetáneos ‑dice Leonard Bloomfield‑ tratan únicamente de las len­guas indoeuropeas y, junto a su descuido de los problemas descriptivos, rehusaban trabajar con lenguajes cuya historia les era desconocida. Esta limitación les privó del conocimiento de tipos extraños de estructura gramatical que pudo haberles abierto los ojos al hecho de que los rasgos fundamentales de la gramática indoeuropea... en modo alguno son universales en el habla humana... Sin embargo, paralelamente con la gran corriente de estudios históricos se deslizó otra más modesta, pero creciente, de estudios lingüísticos generales... Algunos estudiosos fueron viendo cada vez con mayor claridad la relación natural que existe entre los estudios descriptivos y los históricos. La fusión de estas dos corrientes, la histórica comparada y la filosófico‑descriptiva, ha puesto en claro algunos principios que no fueron patentes a los grandes indo europeístas del siglo XIX... Todo estudio lógico del lenguaje se basa en la comparación de dos o más haces de datos descriptivos. Esta comparación puede ser tan exacta y completa como lo permitan esos datos. A los efectos de describir un lenguaje no se requiere ningún conocimiento histórico; de hecho, el observador que permite que semejante conocimiento afecte a su descripción está en peligro de deformar sus datos. Nuestra descripción debe ser libre de prejuicios si queremos que ofrezca una base sana para la tarea comparada. (Bloomfield, Language, Nueva York, Holt & Co., 1933, pp. 17 ss.)
Este principio metodológico ha encontrado su primera expresión, en cierto sentido clásica, en la obra de un gran lingüista y filósofo, Guillermo de Humboldt, quienrealizó los primeros pasos en la clasificación de las lenguas reduciéndolas a ciertos tipos fundamentales. A este efecto no pudo emplear únicamente métodos históricos, pues las lenguas que estudió no corresponden exclusivamente a los tipos indoeuropeos. Su interés era, efectivamente, amplio, pues incluía todo el campo de los fenómenos lingüísticos.
Ofreció la primera descripción analítica de las lenguas aborígenes americanas utilizando para ello el abundante material que su hermano Alejandro de Humboldt pudo recoger en sus viajes de explorador por el continente.
En el segundo volumen de su gran obra sobre las variedades del lenguaje humano Guillermo de Humboldt trazó la primera gramática comparada de las lenguas austronesias, las indonesias y las melanesias. Ahora bien, no se disponía de datos históricos para esta gramática puesto que se desconocía por completo la historia de estas lenguas y Humboldt tuvo que a10bordar el problema desde un ángulo completamente nuevo y abrirse su propio camino.
Sin embargo, su método seguía siendo rigurosamente empírico, basado en observaciones y no en especulaciones, pero no se contentaba con la descripción de hechos particulares e inmediatamente sacó inferencias generales de gran alcance. Es imposible, sostenía, conseguir una verdadera idea del carácter y función del habla humana, mientras pensemos que se trata de una mera colección de palabras. La diferencia real entre las lenguas no es de sonidos o de signos sino de perspectivas cósmicas o visiones del mundo (Weltansichten); un lenguaje no es, sencillamente, un agregado mecánico de términos. Disgregarlo en palabras o términos significa tanto como desorganizarlo y desintegrarlo. Semejante concepción no sólo es perjudicial sino desastrosa para cualquier estudio de fenómenos lingüísticos.
"Las palabras y reglas que, según nuestras ideas corrientes, componen un lenguaje ‑dice Humboldt‑, existen realmente tan sólo en el acto del lenguaje conexo; tratarlas como entidades separadas no es más que el producto muerto de nuestros chapuceros análisis científicos. El lenguaje tiene que ser considerado como una energeia y no como un ergon. No es una cosa acabada sino un proceso continuo; la labor, incesantemente repetida, del espíritu humano para utilizar sonidos articulados en la expresión del pensamiento." 11

La obra de Humboldt representó algo más que un progreso notable en el pensamiento lingüístico; significó también una nueva época en la historia de la filosofía del lenguaje. No era un académico especializado en fenómenos lingüísticos particulares ni un metafísico como Schelling o Hegel. Siguió el método crítico de Kant sin caer en especulaciones acerca de1a esencia o el origen del lenguaje; el último problema ni siquiera está mencionado en su obra; lo que ocupa el primer plano son los problemas estructurales. Hoy se admite, generalmente, que estos problemas no pueden ser resueltos por métodos históricos exclusivamente. Conocedores de diferentes escuelas y que trabajan en campos diversos concuerdan en subrayar el hecho de que no puede hacerse superflua la lingüística descriptiva en gracia de la lingüística histórica, pues esta última tiene que basarse siempre en la descripción de aquellas etapas del desenvolvimiento del lenguaje que nos son directamente accesibles 12.
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Desde el punto de vista de la historia general de las ideas, es muy notable el hecho de que la lingüística, en este aspecto, se halla sujeta al mismo cambio que percibimos en otras ramas del conocimiento.
El positivismo va siendo reemplazado por un nuevo principio que podemos denominar estructuralismo.
La física clásica estaba convencida de que, para descubrir las leyes generales del movimiento, tenemos que comenzar siempre con el estudio de los movimientos de "puntos materiales"; la Mecánica analítica de Lagrange se basaba en este principio. Más tarde, las leyes del campo electromagnético, descubiertas por Faraday y Maxwell, tendían a la conclusión contraria y resultaba claro que no se podía disociar el campo electromagnético en puntos individuales. No se consideraba ya al electrón como una entidad independiente y con existencia propia sino que se lo definía como un punto límite en el campo considerado en total. Así surgió un nuevo tipo de física campal que, en varios aspectos, divergía de la concepción anterior de la mecánica clá­sica.
Encontramos un desarrollo parejo en la biología. Las nuevas teorías holísticas, que se van imponiendo desde los comienzos del siglo XX, han recurrido a la vieja definición aristotélica del organismo, han insistido en el hecho de que, en el mundo orgánico, el todo es an­terior a las partes. Estas teorías no niegan los hechos de la evolución pero ya no pueden interpretarlos en el mismo sentido que lo hicieron Darwin y los darwinis­tas ortodoxos.13 Por lo que respecta a la psicología, durante el siglo XIX prosiguió, con pocas excepciones, las vías marcadas por Humeel único método que po­día explicar los fenómenos psíquicos consistía en redu­cirlos a sus primeros elementos. Se pensaba que los hechos complejos no eran más que una acumulación, un agregado de simples datos sensibles. La moderna psicología de la Gestalt ha criticado y destruido esta concepción y ha abierto así el camino a un nuevo tipo de psicología estructural.
Si la lingüística adopta ahora el mismo método y se concentra cada vez más en problemas estructurales, no quiere ello decir que los puntos de vista anteriores hayan padecido en su importancia e interés; pero en lugar de moverse en línea recta, en lugar de ocuparse exclusivamente del orden cronológico de los fenóme­nos del lenguaje, la investigación lingüística está trazando una línea elíptica que tiene dos focos diferentes. Algunos llegan a decir que la combinación del punto de vista descriptivo y del histórico, que caracterizó a la lingüística durante el siglo XIX, representa, desde un punto de vista metodológico, una equivocación.
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Ferdi­nand de Saussure decía en sus lecciones que había que renunciar a toda la idea de una gramática histórica, pues según él, éste es un concepto híbrido. Contiene dos elementos dispares, que no pueden ser reducidos a un común denominador y fundidos en un todo orgánico. Según De Saussure, el estudio del lenguaje humano no compone la materia de una, sola ciencia sino de dos; tenemos que distinguir, siempre, entre dos ejes diferentes, el de la simultaneidad y el de la sucesión. La gramática corresponde, por su esencia y naturaleza, al primer tipo.
De Saussure traza una línea neta entre la langue y la parole. La langue es universal mientras que la parole es un proceso temporal, individual; cada individuo tiene su propia manera de hablar. Pero en un análisis científico del lenguaje no nos ocupamos de estas diferencias individuales sino que estudiamos un hecho social que sigue reglas generales, independientes del individuo que habla. Sin ellas el lenguaje, no podría cumplir con su cometido principal, no podría ser em­pleado como un medio de comunicación entre los miem­bros de una comunidad lingüística. Los lingüistas sin­crónicos tratan de relaciones estructurales constantes, los diacrónicosde fenómenos que varían y se desarrollan en el tiempo;14 la unidad estructural fundamental del lenguaje puede ser estudiada y examinada de dos ma­neras y aparece en el aspecto material y enel formal, manifestándose no sólo en el sistema de las formas gramaticales sino también en su sistema fonético. El carácter de una lengua depende de ambos factores, pero los problemas estructurales de la fonología fueron des­cubiertos mucho más tarde que los de la sintaxis o la morfología.
Es obvio e innegable que existe un orden y consistencia en las formas del lenguaje. La clasifica­ción de estas formas y su reducción a reglas definidas se convirtió en una de las tareas primeras de la gramática científica; ya en una etapa muy primitiva los métodos para este estudio fueron elevados a un alto grado de perfección.
Los lingüistas modernos siguen contando con la gramática sánscrita de Panini, que corresponde a la época entre 350 y 250 antes de Cristo, considerándola como uno de los mayores monumentos de la inteligencia humana e insisten en que ningún otro lenguaje ha sido tan perfectamente descrito hasta el día. Losgramáticos griegos llevaron a cabo un cuidadoso análisis de las partes de la oración que encontraron en el idioma griego, y se hallaban interesados en toda clase de asuntos sintácticos y estilísticos. Sin embargo, se desconocía el aspecto material del problema y se ignoró su importancia hasta los comienzos del siglo XIX. En este momento es cuando encontramos los primeros intentos para abordar los fenómenos de los cambios fonéticos de un modo científico.
La lingüística histórica moderna comenzó con una investigación de correspondencias fonéticas uniformes. En 1818 R. K Rask mostró que las palabras de las lenguas germánicas guardan una relación formal regular, en cuestión de fonética, con las palabras de otras lenguas indoeuropeas. En su gramática germánica Jacob Grimm ofreció una exposición sistemática de la correspondencia entre las consonantes de las lenguas germánicas y otras lenguas indoeuropeas. Estas primeras observaciones se convirtieron en la base de la lingüística moderna y de la gramática comparada, pero fueron entendidas e interpretadas en un sentido exclusivamente histórico.
Jacob Grimm recibió su primera y más profunda inspiración de un amor romántico al pasado. El mismo espíritu del romántico guió a Friedrich Schlegel en su descubrimiento del lenguaje y sabiduría de la India.15
En la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, el interés por los estudios lingüísticos estaba dictado por otros impulsos intelectuales y empezó a predominar una interpretación materialista. La gran ambición de los llamados "neogramáticos" se cifraba en probar que los métodos de la lingüística se hallaban al mismo nivel que los de las ciencias de la naturaleza.
Si la lingüística pretendía ser considerada como una ciencia exacta no se podía contentar con vagas reglas empíricas que describían acontecimientos históricos particulares; tenía que descubrir leyes que, por su forma lógica, fueran comparables con las leyes generales de la naturaleza. Los fenómenos de los cambios fonéticos parecían probar la existencia de tales leyes. Los neo­gramáticos negaban que existiera algo semejante a un cambio esporádico de sonido. Según ellos, todo cambio fonético sigue leyes inviolables. De aquí se sigue que la tarea de la lingüística consiste en reducir todos los fenómenos del lenguaje humano a esta capa fundamen­tal: las leyes fonéticas, que son necesarias y no admiten excepciones 16.
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El "estructuralismo" moderno, tal como ha sido desarrollado en las obras de Trubetzkoy y en Travaux du Cercle Linguistique de Prague, aborda el problema desde un ángulo muy diferente; no renun­cia a la esperanza de encontrar una necesidad en los fenómenos del habla humana; por el contrario, subraya esta necesidad. Pero, según el estructuralismo, es me­nester una redefinición del verdadero concepto de "necesidad" y hay que entenderlo, más bien, en un sentido teleológico que no en el meramente causal.
El lenguaje no es, simplemente, un agregado de sonido y palabras sino un sistema. Por otra parte, su orden sistemático no puede ser descrito en términos de causalidad física o histórica. Cada lenguaje posee una estructura propia, tanto en un sentido formal como material.
Si examinamos los fenómenos de diversas hablas encontraremos tipos divergentes que no pueden ser subsumidos bajo un esquema uniforme y rígido. Los diversos lenguajes muestran sus propias características en la elección de estos fenómenos, pero se puede mostrar que existe una conexión estricta entre los fenómenos de una lengua determinada. Esta conexión es relativa, no absoluta; hipotética, no apodíctica. No podemos deducirla de reglas lógicas generales sino que tenemos que apoyarnos en nuestros datos empíricos que muestran una coherencia interna.
Una vez que hemos encontrado ciertos datos fundamentales nos hallamos en situación de derivar otros datos invariablemente conectados con ellos. "Il faudrait étudier ‑escribe V. Bröndal, formulando el programa de este nuevo estructuralismo‑, les conditions de la structure linguistique, distinguer dans les systèmes phonologiques et morphologiques ce quit est possible, de ce qui est impossible, le contingent du nécessaire".17
Si aceptamos este punto de vista, hasta la base material del lenguaje humano, los fenómenos fonéticos mismos, tendrán que ser estudiados de un modo nuevo y en un aspecto diferente. En realidad, no podemos admitir ya que exista aquí una base exclusivamente material. La distinción entre forma y materia resulta artificial e inadecuada; el lenguaje es una unidad indisoluble que no puede ser dividida en dos factores independientes y aislados, en forma y materia. En este principio radica la diferencia entre la nueva fonología y los tipos anteriores de fonética. En la fonología estudiamos, no sonidos, físicos, sino significativos. La lingüística no se halla interesada en la naturaleza de los sonidos sino en su función semántica.
Las escuelas positivistas del siglo XIX estaban convencidas de que la fonética y la semántica requerían estudios separados, de acuerdo con métodos diferentes. Los fonemas del lenguaje se consideraban como meros fenómenos físicos que podían ser y tenían que ser descritos en términos de física o de fisiología. Desde el punto de vista metodológico general de los neogramáticos, semejante concepción no sólo era inteligible sino necesaria, pues su tesis fundamental ‑que las leyes fonéticas no conocen excepción‑ se basaba en el supuesto de que el cambio fonético es independiente de factores no fonéticos. Como se pensaba que el cambio fonético no es más que un cambio en el hábito de la articulación, tiene que afectar a un fenómeno en cualquier momento, con independencia de la naturaleza de la forma lingüística particular dentro de la cual ocurre el fenómeno.
Este dualismo ha desaparecido en la lingüística más reciente; no se considera ya a la fonética como un campo separado sino que se ha convertido en una parte lasemánticapues el fonema no es una unidad física sino una unidad de sentido. Ha sido definido como "la unidad mínima de un rasgo fonético distintivo". Entre los grandes rasgos acústicos de cualquier expresión existen algunos que son significativos, pues son empleados para expresar diferencias de sentido, mientras que otros no tienen este carácter distintivo. Cada lenguaje posee su sistema de fonemas, de sonidos distintivos.
En el idioma chino el cambio en la intensidad de un sonido constituye uno de los medios más importantes para mudar el sentido de las palabras, mientras que en otros lenguajes no tiene importancia 18Entre la multitud infinita de posibles sonidos físicos cada lenguaje selecciona un limitado número de ellos como fonemas suyos. La selección no se hace al azar, pues los fonemas componen un todo coherente; pueden ser reducidos a tipos generales, a determinadas pautas fonéticas 19Estas pautas fonéticas representan, a lo que parece, los rasgos más persistentes y característicos del lenguaje. Sapir subraya el hecho de que cada lenguaje tiene una fuerte tendencia a mantener intacta su pauta fonética:
En términos generales diremos, pues, que las principales coincidencias y divergencias de las formas lingüísticas ‑sistema fonético y morfología- son producto de la corriente autónoma de transformación del lenguaje, no de rasgos aislados y diseminados que se agrupan al acaso en un lugar o en otro. El lenguaje es quizá el fenómeno social que más se resiste a influencias extrañas, el que más se basta a sí mismo. Es más fácil suprimir del todo una lengua que desintegrar su forma individual.20
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De todos modos resulta muy difícil responder a la cuestión de qué signifique, realmente, esta forma individual de un lenguaje. Al enfrentamos con esta cuestión nos hallamos siempre ante un dilema. Tenemos que evitar dos extremos, dos soluciones radicales que son inadecuadas cada una en un sentido.
Si la tesis de que todo lenguaje posee su forma singular implicara que es inútil buscar rasgos comunes en el lenguaje humano, tendríamos que reconocer que la mera idea de una filosofía del lenguaje es un castillo en el aire. Pero lo que desde un punto de vista empírico se expone a objeciones no es tanto la existencia cuanto la determinación clara de estos rasgos comunes.
En la filosofía griega el término logos sugiere siempre y conlleva la idea de una identidad fundamental entre el acto de hablar y el de pensar. La gramática y la lógica se con­cebían como dos ramas diferentes del conocimiento que tenían el mismo objeto; hasta lógicos modernos cuyo sistema se ha desviado grandemente de la lógica clásica aristotélica han mantenido la misma opinión.
John Stuart Mill, el fundador de una lógica inductiva, sostenía que la gramática constituye la parte más elemental de la lógica, porque representa el comienzo del análisis del proceso mental. Según Mill, los principios y reglas de la gramática constituyen los medios con los que se hacen corresponder las formas del len­guaje con las formas universales del pensamiento, pero no se contentó con esta afirmación. Supuso también que un sistema particular de partes de la oración –que ha sido derivado de la gramática latina y griega‑ po­see una validez universal y objetiva. Las distinciones entre las varias partes de la oración, entre los casos de los nombres, los modos y tiempos del verbo y las fun­ciones de las partículas se consideraban por Mill como distinciones mentales y no sólo verbales. "La estruc­tura de cada frase ‑nos dice‑, es una lección de lógica".21Los progresos de la investigación lingüística hicie­ron cada vez más insostenible esta posición, pues se fue reconociendo generalmente que el sistema de las partes de la oración no presenta un carácter fijo y uniforme sino que varía de un idioma a otro.
Se observó, además, que existen diversos rasgos de las lenguas derivadas del latín que no pueden expresarse adecuadamente con los términos y categorías usuales en la gramática latina. Los conocedores del francés subrayaron a menudo el hecho de que la gramática francesa hubiera cobrado una forma bien diferente de no haber sido escrita por los discípulos de Aristóteles. Sostienen que aplicación de las distinciones de la gramática latina al inglés o al francés ha traído como consecuencia varios errores graves y se ha convertido en un obstáculo serio para la descripción, sin prejuicios, de los fenómenos lingüísticos.22
Muchas distinciones gramaticales que nosotros pensamos que son fundamentales y necesarias pierden su valor o resultan verdaderamente inciertas tan pronto como examinamos lenguajes que no pertenecen a la familia indoeuropea. Parece, pues, una ilusión la existencia de un sistema definido y único de partes de la oración que tendría que ser considerado como un componente necesario del lenguaje del pensamiento racional.23
No quiere esto decir, necesariamente, que debamos renunciar al viejo concepto de una "grammaire générale et raisonnée", una gramática general basada en principios racionales, pero tenemos que definir de nuevo este concepto y formularlo en un sentido nuevo. Sería un intento vano pretender colocar todas las lenguas en el lecho de Procusto de un solo sistema de las partes de la oración.
Varios lingüistas modernos han llegado al punto de ponernos en guardia contra la expresión "gramática general", pensando que representa más bien un ídolo que un ideal científico.24 Semejante actitud radical no ha sido compartida por todos los especialistas; se han hecho esfuerzos serios por mantener y defender la concepción de una gramática filosófica.
Otto Jespersen escribió un libro dedicado especialmente a la filosofía de la gramática y en él trató de demostrar que, fuera o por encima de las categorías sintácticas, que dependen de la estructura de cada lenguaje tal como se encuentra en la actualidad, existen otras categorías que son independientes de los hechos más o menos accidentales de las lenguas existentes. Son universales por lo mismo que se pueden aplicar a todas las lenguas. Jes­persen proponía que se las denominara categorías "nocionales" y consideraba como una tarea gramatical la investigación en cada caso de la relación entre las categorías nocionales y las sintácticas.
El mismo punto de vista ha sido expresado por otros especialistas como, por ejemplo, Hjelmslev y Bröndal.25  Según Sapir, cada lengua contiene ciertas categorías necesarias e indispen­sables junto a otras que ofrecen un carácter más accidental.26 La idea de una gramática general o filosófica no ha sido, como vemos, invalidada por el progreso de la investigación lingüística, si bien ya no podemos esperar trazar semejante gramática con los medios simples que fueron utilizados en intentos anteriores.
El habla humana no sólo tiene que cumplir una tarea lógica universal sino también una tarea social, que depende de las condiciones sociales específicas de la comunidad lingüística, por lo tanto, no podemos esperar una identidad real, una correspondencia unívoca entre las formas gramaticales y las lógicas.  Un análisis empírico y descriptivo de las formas gramaticales se propone una tarea diferente y conduce a resultados distintos que el análisis estructural que se nos ofrece, por ejemplo, en obra de Carnap Sintaxis lógica del lenguaje.

4 comentarios:

  1. El sujeto se encuentra entonces, entre la consistencia del cuerpo y el simbólico de la letra y un cuerpo de lo Real del que no se sabe como sale. Sem.24 pag.5

    En un vacío se originó el soplo, encarnado en el viviente, esbozo de una lalación, de un baluceo. Tambien del contar, soplar, hablar para agujeros que no se cierran.

    Con torcedumbres y doloridos nos deslizamos entre torsiones, y lo viviente, quedó mortificado, marcado, signado, por la deriva de un resto fónico que implanta la instancia de la letra en el cuerpo.

    Con palabras herrumbradas, impuestas por OTRO -Forjamos un destino desatino, desatado de un silencio primordial eco de un resto sonoro que puja por emitirse: gutural, velar, alveolar fricativa, labial, oclusivas. Lacan expresa, “las oclusivas no se cantan.”

    Cavando un lugar en la diferencia entre éste y lo que tiene lugar en él, gestando lalengua.

    Un hueco, una hiancia y, la demanda será de un ser hablante, de un sujeto ignorante de sus motivaciones “yo no sabía”.
    Es un escrito que realicé en 2010 está en este blog, se encuentra buscando Lecturas de Lacan y lleva por título: Corpus linguístico-Real Pulsional. En los 7 comentarios traté de citar brevemente la evolución de la Linguística.

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  2. Lacan cita en su obra a Wilhen von Humboldt primera mitad del siglo XlX como el creador del lenguaje.Realizó una relación entre raza y lengua.Asimiso cosideró al Abate Rousselot como el creador de la geografía linguística y admiró el estudio que realizó del fonetismo de los sujetos parlantes.Su tesis aparecida en 1891 acerca de las modificaciones fonéticas en regiones francesas.Cuestiones nuevas en la época.

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  3. La revelación del sánscrito a los sabios occidentales fue el punto de partida que dejaba abierto y libre el acceso al corpus de los gramáticos hindúes,partieron de allí,las observaciones sobre los fonemas y las teorías de la raíz y la formación de las palabras.Franz Bopp nacido en Maguncia en 1791,reunió las pruebas del parentesco de estas lenguas y fundar la gramática de las lenguas indoeuropeas".

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  4. Según Humboldt entendemos una expresión lingüística cuando sabemos bajo qué circunstancias podemos servirnos de ella para entendernos acerca de algo en el mundo. Pero sólo con Frege se encuentra una explicación de la conexión interna entre significado y validez en el plano de las proposiciones asertóricas simples. Frege considera las proposiciones como las unidades lingüísticas más pequeñas que pueden ser verdaderas o falsas. Es decir, establece la primacía de la oración sobre las palabras o del juicio sobre el concepto. Wittgenstein también entiende la proposición como expresión de sus condiciones de verdad, y esto acarrea interesantes consecuencias. Todas las expresiones de un lenguaje están ligadas entre sí por una compleja red de hilos semánticos. Una concepción holística del lenguaje pondría en cuestión la determinabilidad semántica de las oraciones simples. Por eso Frege defiende simultáneamente un principio de composición según el cual el significado de una expresión compleja es resultado de las significaciones de sus componentes. Principio correspondido en el Tractatus con la idea de que un lenguaje lógicamente transparente, que cumpla exclusivamente la función de representar los hechos, debe estar formado a partir de proposiciones atómicas compuestas de modo veritativo funcional. Otra consecuencia de la primacía de la oración sobre la palabra, o del juicio sobre el concepto es el rechazo de la concepción tradicional según la cual los símbolos lingüísticos son esencialmente nombres de objetos. El sentido no debe ser confundido con la referencia, ni el contenido de un enunciado con la referencia al objeto del que se dice algo. Wittgenstein atribuye a un lenguaje universal lógico, que representa los hechos transparentemente, la cualidad de ser constituidor del mundo. Los límites del lenguaje significan los límites de mi mundo, las proposiciones de la semántica lógica nos dejan ver la estructura del mundo. En el lugar de las categorías del entendimiento, que según Kant constituyen los objetos de la experiencia posible, aparece en Wittgenstein la forma lógica de las proposiciones elementales: Dar la esencia de la proposición significa dar la esencia de toda la descripción, o sea, la esencia del mundo. Sólo con este paso ratifica Wittgenstein el giro lingüístico introducido por Frege. Wittgenstein sólo llevó a cabo una detallada crítica al mentalismo, depués de haber sustituido el análisis de las formas lingüísticas propias de un pensar del entendimiento no reflexivo que lleva a cabo en el Tractatus, por las gramáticas de los juegos de lenguaje que son constitutivas de otras tantas formas de vida. De esta forma, da a la intuitiva distinción de Frege entre pensamientos y representaciones una interpretación inequívoca.
    Heidegger llega por otro camino a la misma crítica de la filosofía de la conciencia. Elabora una analítica existenciaria del Dasein humano. Conecta de forma original motivos originados en Dilthey y Husserl y que explican por qué una investigación planteada de una forma completamente distinta finalmente coincide con la idea de Humboldt de que sólo hay mundo donde hay lenguaje. Según Dilthey, las históricas ciencias empíricas habían desarrollado de manera diferencial el tradicional arte de la interpretación de textos hasta convertirlo en un método de la interpretación del sentido. Su fin es la comprensión de unos sentidos que están encarnados en las expresiones simbólicas, las tradiciones culturales y las instituciones sociales. Heidegger desliga la operación del comprender de su contexto metodológico y de su pretensión de ser una operación científica, y la radicaliza hasta convertirla en un rasgo fundamental del Dasein humano. A los seres humanos les es dado originalmente comprender el mundo y comprenderse a sí mismos en ese mundo. (...)
    www.filotecnologa.wordpress.com.ar

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