miércoles, 2 de marzo de 2011

JEAN SIMEÓN CHARDIN-(1699-1779)-"LA PINTURA HECHA SILENCIO"

Un anciano octogenario y estrafalario, con un turbante en la cabeza, nos escruta orgullosa e incisivamente por encima de sus anteojos. Es Jean Siméon Chardin (1699-1779), que se autorretrata de esta forma tan divertida e irónica al final de su vida, cuando tenía ya los ojos quemados por el plomo de la pintura. Es solo una copia del pastel original del Louvre —no viaja por su fragilidad— la que cuelga al final de la gran antológica que dedica el Prado al pintor francés. Organizada en colaboración con Ferrara Arte y patrocinada por la Fundación AXA, fue inaugurada ayer por el Príncipe de Asturias. Pero antes de llegar a este autorretraro nos hemos dado un festín de pintura, de la gran pintura que nos regala este extraño y atípico pintor. «Un pintor de pintores, al igual que lo fue Velázquez», advierte Miguel Zugaza, director del Prado, recién llegado (y descongelado) de su gélido pero intenso periplo por San Petersburgo. Y es que Chardin interesaría, años después, a Manet, Cézanne, Picasso, Matisse, Morandi, Freud... Su juego de formas sedujo a los cubistas.
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¿Qué le hace tan especial? ¿Dónde radica la magia, el genio, la originalidad de su pintura? Para contestar a estas preguntas, nadie mejor que Pierre Rosenberg, director honorario del Louvre, comisario de la muestra y el mejor especialista en Chardin. Pasear con él por la exposición, oírle hablar de su pintura, con tanto conocimiento como pasión, es un placer. Comienza diciéndonos que no es un pintor tan fácil como podría parecer por las cosas corrientes de la vida cotidiana que pinta y cuya belleza no solemos apreciar. En sus extraordinarias naturalezas muertas aparecen conejos, liebres, perdices y patos que yacen abandonados, sin vida —una liebre inerte con petaca de pólvora y zurrón, del Louvre, semeja una crucifixión—; rayas despedazadas que parecen sonreírnos... Lo único vivo que hay en estos cuadros son los gatos, que campan a sus anchas por sus lienzos. Así ocurre en «La raya», una de las obras maestras de la exposición, préstamo del Louvre, y gracias al cual Chardin entró en la Real Academia de Pintura y Escultura de París. Y más gatos, en dos de los tres cuadros de este artista que atesora el Museo Thyssen y que han sido prestados para la muestra.



Gracias a Rosenberg nos damos cuenta de detalles que sin él nunca apreciaríamos: como el puerro que cuelga en las mesas de sus cuadros y que da profundidad a sus composiciones, o cómo el maestro hace circular el aire entre los objetos que pinta. Chardin sublima, glorifica monumentaliza esos insignificantes objetos, los pinta con ternura, los acaricia con sus pinceles... y los hace eternos. Los protagonistas de sus cuadros son jarras, platos, vasos, su tabaquera... Siempre con un muro de piedra detrás. En una época en la que en Francia triunfan pintores como Watteau, Boucher, Fragonard o David, en la que gustan los cuadros de Historia, la pintura religiosa y mitológica y la pompa versallesca, Chardin es una «rara avis» que huye de la anécdota y solo hace pintura. No quiere contar historias. Es solo eso, pintura. Rosenberg habla del mundo estático, intemporal, de la pintura de Chardin, del silencio, de la paz y el reposo de sus obras, que nos invitan a detenernos ante ellas, en contraposición a la violenta y brutal pintura contemporánea.



Pintor de adolescentes

Artista poco prolífico (apenas dos centenares de obras), el Prado ha logrado reunir 57 de ellas. En los años 30, entra la figura humana en sus escenas de género. Así, retrata a su primera mujer tomando el té, absorta en su ensoñación, en una obra maestra en la que lo único que se mueve es el humo que sale de la taza. «El resto —comenta Rosenberg— es silencio y recogimiento. ¿En qué piensa ella? Nos arrastra en su ensoñación». Pero, sobre todo, Chardin es el pintor de los adolescentes, a quienes hace protagonistas de sus cuadros. Llama la atención que de algunas de sus pinturas crea dos o más versiones, que cuelgan juntas en la muestra. Es el caso de «Pompas de jabón» o «Joven maestra de escuela». «Las primeras composiciones de sus versiones son más bellas —dice Rosenberg—, pues pierden espontaneidad al repetirse».



Chardin fue un pintor muy refinado en los colores: «Uno se sirve de los colores, pero se pinta con el sentimiento», dijo el artista. «Sabe emocionar. Chardin fue un gran poeta de los sentimientos», concluye Rosenberg. «Nada se entiende en esta magia», decía Diderot de su pintura. Palabras que retoma Gabriele Finaldi, director adjunto de Conservación del Prado, para destacar el virtuosismo pictórico, la belleza exquisita y poética de Chardin: «Todo parece más bello y se agudizan los sentimientos tras ver sus obras».
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1 comentario:

  1. En este mismo blog con fecha 12 de junio de 2009,se encuentra la obra "La Raya" de Chardin,se encuentra allí una reseña de la misma y además dos comentarios.Junto a ella hay una obra de Brueghel.

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